28.7.07

Isla del Sol: de norte a sur con dos yanquis














































Después de haber disfrutado de La Paz, ciudad caótica y alterada, vaya paradoja, salí para Copacabana, que no está en Brasil, sino una localidad bastante turística pegada al lago Titicaca, del lado boliviano. La ciudad sería una especie de terreno de paso para aquellos que van a Perú o a la Isla del Sol. Con la idea de visitar esta última, el miércoles a la mañana me subí al barco que me llevaba hacia esa isla. En esas dos horas de viaje iba conociendo a dos chicas estadounidenses, Lorene y Bridget, ambas de 21 años, que habían estudiado en Buenos Aires por 6 meses y disfrutaban de sus vacaciones viajando por Perú y Bolivia. Ellas venían de Puno, Perú, con rumbo a la Argentina. Mientras, contemplaba el exquisito paisaje que caracteriza a ese mar de agua dulce que baña tanto a Bolivia como a Perú. Bolivia tiene derecho a seguir con su reclamo histórico por una salida al Pacífico, arrastrando un litigio con Chile de más de 100 años. Pero la belleza de ese inmenso lago compensa en parte su falta de costas bañadas por agua salada. Bajados del barco, en la parte norte de la isla, intentabamos ponernos de acuerdo respecto a donde queríamos ir primero. Después de estar desorientados un rato, salimos con rumbo al norte, previo paso por el museo principal para comprar el ticket turístico que permite visitar las ruinas de la parte boreal de la isla. La caminata al norte fue muy hermosa, pasamos por playas de una arena muy fina y por montañas luego, y nos maravillamos con el fuerte azul del lago. Hay partes en el horizonte del lago donde no se ve ningún rastro de montaña, y genera la sensación de que realmente estabamos en una isla en el medio del mar. Me quedé con esa impresión, tratando de imaginarme que estaba en el medio de la nada, rodeado de mar y varado en un pedazo de tierra. Mientras caminaba con las amigas, hablando de nuestras vidas, y cantando algunas canciones de la hinchada de Boca, iba pegando onda con ellas, por decirlo de algún modo. Una vez llegados a las ruinas incas del lugar, nos quedamos descansando, y de paso recorrimos el laberinto inca, que estaba muy bien construido y de ese lugar se tenía una visión espectacular de todo que nos rodeaba. Al rato, salimos de nuevo para el pueblito que está en la parte norte, donde desembarcó la lancha. Hicimos una escala ahí, para almorzar tranquilos, descansar un par de minutos y seguir viaje hacia el sur. En ese lugar me dí cuenta que los precios en esa isla están el doble de lo que están en el resto de Bolivia, incluso en Copacabana, donde algunas cosas eran algo más caras. Y llevando pocos Bolivianos, dudé mucho acerca de quedarme ahí por varios días más, por que sinceramente el lugar me había encantando bastante.


Terminado nuestro almuerzo improvisado en las orillas del lago, cargué mi mochila y seguí con Bridget y Lorene por la senda que nos conduciría hacia la región austral de la Isla del Sol. En el trayecto me dí cuenta de por qué se llamaba así. Los 4000 metros de altura, la larga caminata a las horas de la siesta, y ni una nube en el firmamento, hicieron que mi cara y mis brazos quedaran tostados por la acción y gracia del Sol Invictus. Pero eso fue un detalle sin importancia, mas allá de la cuestión estética a la que yo estoy muy poco apegado, dada mi desprolijidad y desfachatez con las que ando recorriendo estos lugares del continente. Hablamos aún más acerca de todo lo nuestro, de nuestras vidas, estudios, experiencias y dilemas existenciales, y seguíamos caminando bajo el inclemente sol, pero disfrutando del ambiente cargado de naturaleza pura y de las vistas impactantes que teníamos a una altura considerable, teniendo en cuenta qué estabamos caminando por las montañas, obviamente por un camino ya hecho. Lo más impactante del lugar, además de toda su belleza que es descomunal, es la inexistencia de autos y de otro medio automotor. Solamente había caminos para la gente y para los animales, que son muchos. Cruzando pueblitos cercanos al lago, a veces nos sucedía que terminabamos en un chiquero por haber seguido un camino que parecía seguir hacia el otro extremo. A esas horas habíamos visto muy poca gente, pero llegamos a un caserío con una iglesia típica del lugar, y vimos a una cantidad importante de personas concentradas y sentadas cerca del templo cristiano. Dispuestos a descansar un momento para averiguar por nuestros ojos que estaba pasando ahí, al momento nos dimos cuenta que se trataba de una boda típica del lugar, que me sorprendió mucho dado el día miércoles y la hora de la ceremonia festiva. Los hombres y las mujeres estaban en diferentes lugares, muy separados los unos de los otros. Los hombres le daban duro y parejo a la cerveza, mientras las mujeres, sentadas todas, estaban conversando. Los únicos que bailaban eran los novios, pero a veces se agregaba alguno más, pero bailaban un rato nada más al compás de una orquesta improvisada con algunas trompetas y mucho bombo que repetían incesantemente la misma sintonía. Al ver que nada interesante iba a pasar en el corto plazo, seguimos camino, sabiendo que ya estabamos más cerca de nuestro destino final. Pero quedaba bastante trecho y muy complicado, con muchas subidas y bajadas, con llamas y burros que nos cruzaban constantemente, y el sol, duro con nosotros durante la tarde, ya estaba amenazando con irse para el otro lado del mundo. Apurando un poco el paso, llegamos exhaustos a la ciudad del lado sur, cerca de donde salían las lanchas para Copacabana. Buscamos un hostel que nos convenciera con el precio, y por fortuna encontramos uno a 50 bolivianos por los tres, en una misma habitación. Dejamos las cosas en el hostel, cacompañados de una charla tirados en nuestras camas, hablando un poco de literatura argentina y recomendandoles algunos autores buenos como Fontanarrosa y Dolina, con algunas recomendaciones de Borges y otros de la misma talla. No conformes con la larga caminata que hicimos a lo largo de la isla, que estuvo más que buena pero bastante agotadora, recorrimos un poco el pueblito, notando que había una infraestructura turística bastante desarrollada, con varios restaurantes dotados de un ambiente bastante agradable, con chimeneas y una oscuridad que tan solo era ultrajada por la tenue pero apasionada luz de las velas. Empezaba a acechar el hambre a tempranas horas, por lo menos para mí, acostumbrado a comer una vez avanzada la noche, pero la insistencia de las amigas norteamericanas y la necesidad de levantarnos temprano al otro día me convencieron de que era bueno saborear por tercera vez una trucha del lago Titicaca. Luego de averiguar precios en varios restaurantes, nos quedamos en uno que nos cobraba 20 bolivianos a cada uno por un menú compuesto por sopa, segundo plato y postre, muy ricos los tres. A la luz de la vela, en un ménage à trois culinario, cenábamos y platicábamos sobre las experiencias en cuanto a la comida de los lugares donde habíamos estado y de las bondades de la comida argentina. Lorene contaba que era vegetariana antes de llegar a Argentina pero bueno, el asado es el asado y hay muy pocos mortales que se resisten a tan delicioso manjar carnívoro que empiezo a extrañar más día tras día, mucho más que el mate y el dulce de leche. Pero la conversación luego se tornó cada vez más política e histórica, cuando yo les empezé a hablarles de la realidad argentina y de sus supuestas causas históricas. La cena finalizó con los vapores del vino tinto boliviano por nuestras cabezas, y en plena caminata hacia el hostel, que estaba cerca del restaurante, mé quedé estupefacto con el paisaje nocturno del Titicaca y de su cielo estrellado, sin compañia de luz artificial en la via pública, gozando de la buena onda de las amigas que ya me empezaban a llamar capitán, dado que yo había "liderado" la caminata por la isla.
Cuando nos levantamos al otro día, para que las yanquis se puedan tomar la lancha a Copacabana, y yo para buscar un nuevo lugar para quedarme por varios días. Después de compartir los últimos momentos con ellas cerca de los muelles, charlando y especulando sobre lo que ibamos a hacer en el fúturo próximo con nuestros viajes, nos despedimos como si nos conocieramos de hace bastante tiempo, ya qué la companía había sido muy fuerte y la magia del lugar agrandó más la unidad. Con gestos militares, parodiando mi condición de capitán, tal como ellas me habían bautizado, me despedí de ellas mientras se subían a la lancha. En ese mismo momento, tuve la certeza de que mi supuesta estadía en la isla no iba a ser la misma y que sus precios duplicados no iban a ayudar demasiado a que me quedara más tiempo ahí, y el extrañar a dos compañeras de viaje excepcionales iba a ser demoledor. Por esos motivos, decidí volver a Copacabana esa misma tarde, sintiendo de a poco el llamado del ombligo del mundo, el Qosqop, o Cuzco para el resto del mundo. Mi travesía en Bolivia había terminado, más temprano de lo que yo tenía planeado. Llegó el momento de cruzar otra frontera, y entrar a un nuevo mundo de experiencias y de vivencias que eran prometidas per se.

No hay comentarios.: