21.8.07

Check the meaning (Richard Ashcroft)

Cuando estoy bajo de ánimo, y soy débil, y me siento perdido,
no sé en quién puedo confiar.
Paranoia, el destructor empieza a llamar a mi puerta.
Tú sabes que el dolor se convierte en días, se vuelve noches,
pero finalmente amaina.
Y cuando esto sucede,
me levanto, respiro y me pregunto qué voy a encontrar.
¿Puedes escuchar lo que digo?
Tengo mi mente ocupada en el amor.
¿Sientes lo que digo?
Ahora estoy pensando en el amor.

Demasiada sangre,
demasiado dolor,
apaga el equipo,
tiene que haber algo más.
Cuando Mahoma, Alá, Buda, Jesucristo están tocando a mi puerta.
Soy un agnóstico llegando a Dios,
pero, amigo, él toma forma de mujer.
No hay tiempo, no hay espacio ni ley.
Estamos solos aquí abajo.
Supongo que es la vida,
haciendo su camino.
Haciéndote llorar,
haciéndote pensar.
Sí, la vida. dando cartas.
Haciéndote llorar porque tú no entiendes nada,
haciéndose pensar en el dolor,
haciéndote llorar y cantar, sí, la vida.

8.8.07

Cusco y Machu Picchu: historia de una batalla mas contra la Corporacion Gringa ( Parte 1)

Cusco era la meta que tenía en mi mente cuando creí que mi estadía en Bolivia ya había terminado. De Copacabana, ese viernes a la manana, salí hacia la frontera con Perú, muy cerca de la ciudad boliviana. Con las migraciones de ambos paises no tuve ningún problema, pasé rapido y sin mayores inconvenientes. A Yunguyo, primera ciudad del lado peruano, llegué caminando, ya que estaba a cinco kilometros de la frontera. De ese lugar me tomé un colectivo que salía para Puno, ciudad importante pegada al Lago Titicaca, cerca de las islas flotantes de los Uros. Como no estaba en mis planes una posible visita a esa tribu antigua que sobrevivió gracias a la peculiaridad de sus casas, que son islas flotantes hechas con juncos que crecen en el lago, mi estadía en Puno era solamente de unos minutos, y más que nada en la terminal, para esperar que salga mi bus para Cusco, la mismisima Meca del mochilero latinoamericano. Me esperaba un viaje de unas 7 o 8 horas, ambientadas con la terrible musica peruana, y cuando digo terrible es literal, no es una expresion figurada. Hay ciertas canciones que parecen salidas de algun disco grabado en China durante la Revolución Cultural, pero son bien peruanas, en particular de la región cusquena. Obviamente, de visitante, ese comentario se calla frente a la gente local pero se comenta con una marcada indignación frente a otros extranjeros. Nadie hasta el momento me ha contradicho.





Dejando de lado mi interpretación sobre la calidad de la musica peruana tradicional, mi viaje a través del sur de Perú aconteció sin demasiados problemas. Pero la ansiedad por llegar a Cusco hacia que los minutos pasasen mas lentamente a medida que la película china que estaban pasando en el bus se estaba haciendo cada vez mas insoportable. Para colmo, despues de esa película pasaron una obra maestra del cine universal...una pelicula de un chancho que hablaba con seres humanos. Todo un reto para el intelecto. Cerca de las 8:30 horas de Perú, el cosquilleo apareció cuando me dijeron que estabamos llegando al ombligo del mundo, al mismisimo Cusco. Mi única información que tenía sobre estadia en esa mitica ciudad era muy confusa. El hostel que me habian recomendado, no se cuando, donde y quienes, estaba en algún lado de la calle Procuradores, una peatonal muy cercana a la Plaza de Armas. Mientras buscaba con la mirada algun hostel con el nombre del hostel, ya que no me lo acordaba, me di cuenta que el mochilero en esa ciudad es un billete ambulante, y mucho mas valioso si tiene el color verde del dólar gringo, tan buscado por los operadores turísticos de la ciudad y por los comerciantes. Un ejército de empleados de restaurantes de esa calle me mostraban sus menúes y me contaban de sus virtudes culinarias en ingleés. Para ratificar mi condición de no gringo, simplemente decia no gracias. Habré estado 5 minutos vagando por esa calle buscando ese hostel, hasta que pegado a una tienda de ropa vi un cartel, un simple cartel que decía hospedaje. Sin dudarlo, me metí por un pasillo, pregunté por donde estaba ese hospedaje en un patio interno, compartido por la gente de la tienda, un restaurante de comida mexicana, y no sé que otra cosa mas. Hablé con la gente del hostel, me convencieron con sus 12 soles de tarifa y ahí nomás deje mis mochilas y salí de nuevo a la calle para deleitarme con la ciudad en sus horas nocturnas. Sentimientos encontrados experimenté durante varios paseos por la ciudad. La belleza de la ciudad a veces parece opacada por el excesivo merchandising turístico que es la norma del lugar, y mucho más en las calles aledanas a la Plaza de Armas. Como ya dije anteriormente, una simple apariencia de gringo adinerado hace que un ejército de mercaderes este acechándote a cada momento, ofreciendote drogas, masajes, menúes de restaurantes, todo lo que puedas imaginar.





Algo me decía que mi primera noche cusquena no iba a ser tranquila. Miles de comentarios sobre la alocada vida nocturna que se disfruta en esa ciudad generaban en mí ansias de entrar a un bar o disco y pasar toda la noche ahí. Después de comer, mi única preocupación de la noche pasaba a ser donde se ubicaría el lugar donde iba de joda, y ni me importaba estar solo y recién llegado. Lo que voy a comentar a continuación va a ser bastante vergonzoso para mí, pero muy sorprendente a la vez por qué lo hice en otro país. El bar donde acontece todo esto se llama Excess, y ese nombre me tendría que haber dado un augurio de lo que iba a ser esa primera noche en Cusco. No hice más que entrar a ese bar y me encontré con un tucumano con el cual había intercambiado unas palabras en una hamburguesería. Todo empezó muy temprano, la gente recién empezaba a llegar, seguramente era medianoche cuando arranqué a tomar unas cervezas con el tucumano. Nuestra única duda era si íbamos a tomar alguna jarrita de ron con cola o cuba libre. Una vez que arrancamos con ese fatídico trago, creo que se encendió un motor dentro mío y, como motor, cada vez me pedía mas nafta. No sé cuanto habré tomado esa noche, con cuantas gringas caretas habré hablado o chamuyado, ni de donde saqué la cara para bailar. Esa noche fue terrible, pero mucho más terrible fue cuando una fucking inglesa o anglosajona me convidó un trago muy dulce, y eso me dió vuelta como un panqueque. No me acuerdo en qué momento salí del bar, ni como hice para ir a mi hostel y llegar con vida / menos mal que estaba a una cuadra). Lo único que sé de las cosas que me sucedieron cuando estaba inconciente por el pedo que tenía, y por qué me contaron, es que me había caído en la puerta de entrada del hostel, y decir que estaba el encargado, Roberto, si no esa noche dormía afuera o destrozaba la puerta a patadas. Pero de lo que sí me acuerdo, una vez arriba, es qué no podía abrir la puerta de mi habitación con la llave. Pero lo peor pasó en el baño. No voy a dar muchos detalles de lo que pasó ahí, ya deben suponer qué estaba haciendo teniendo en cuenta mi morbosa borrachera. Entre los vapores del alcohol subidos a mi cabeza y la sensación de que me estaba muriendo de a poco, me di cuenta de qué en el inodoro no había agua. En un intricado ejercicio de reflexión lógica severamente influido por el alcohol, deducí qué el problema estaba en el inodoro. Levanté la tapa de la mochila del inodoro, pero mis manos estaban resbalosas y la tapa cayó adentro de la mochila, destrozando todo el mecanismo que permitía funcionar al trono blanco. Siendo un completo inútil con la plomería, y ni hablar estando borracho, decidí dejar el inodoro así como estaba. Desperté al mediodía, con la resaca más terrible de mi vida. Cuando la gente del hostel me contó el desastre que había hecho en el inodoro pensé: Acá me echan. Pero por suerte, esta gente solo me pidió que pagase el arreglo del inodoro, que eran unos 30 soles, y eso me pareció lo más justo. Reconocí el incidente, pedí disculpas y todo arreglado. El dolor en todo el cuerpo opacó el hermoso día, pero de a poco se fue yendo después de tomar algunos comprimidos y otras cosas para aplacar la resaca. A pesar de todos los intentos, los efectos de esa noche fatídica iban a durar varios días, con una sensibilidad inédita con el alcohol, algo así como una intolerancia. Creo que va a haber un antes y un después a partir de ese día respecto a mi relación con el alcohol y la joda. Bah, con la joda no tanto, espero que no.



Ese sabado a la noche no quise salir, ya me sentía mucho mejor respecto a la mañana pero no estaba para salir de nuevo, por qué sabía que si tomababa una gota de alcohol iba a caer de nuevo, pero de una patada al hígado y no de una borrachera. Por el contrario, ese día lo gasté caminando por la ciudad, recorriendo varios recovecos para distraer el malestar que tenía encima. Por lo tanto, aproveché la noche durmiendo plácidamente en el hostel.



El domingo ya me sentía mejor, pero igual no estaba mucho mejor del estomago como para andar comiendo por ahí cualquier cosa. Pero como buen terco, fui al mercado a almorzar por tan sólo dos soles (dos pesos argentinos). El menú consiste en una buena sopa y un segundo plato que casi siempre es pescado frito con arroz. Nada mal teniendo en cuenta el bajo precio. Después de haber almorzado, otra vez recorrí la ciudad, que gozaba de un día soleado. Ese día transcurrió sin demasiadas complicaciones ni sorpresas. Pero esa noche empecé a conocer a algunos que estaban en el mismo hostel que yo. Eran tres mexicanos de Guadalajara y un belga-marroquí. Beto, Sergio y Toño se llamaban los aztecas, y el marroquí se llamaba Mounir. En una charla plagada de risas, sobre todo por las frases, dichos e insultos que utilizamos tanto argentinos como mexicanos, la noche fue pasando, y la conversación se puso más seria cuando nos pusimos a hablar de política y de cultura general. Ya había hecho demasiado tarde cuando Mounir y yo fuimos a probar suerte a un bar céntrico. Una noche de domingo no prometía mucho, pero igual había bastante gente. Pero dos cervezas me hicieron sentir mal de nuevo y la noche terminó más temprano de lo que esperaba. Sin dudarlo, volví al hostel, resignado pero con ganas de prevenir mayores malestares.



En mis planes el lunes aparecía como el día indicado para recorrer Cusco más seriamente, por lo tanto, compré el famoso boleto turístico a 35 soles, haciendo uso por primera vez de mi credencial de estudiante ISIC. Gracias a ella, el recorrido me salió un 50% menos respecto al valor original del boleto turístico. Una vez con el boleto en la mano, salí a la "caza" de varios museos de la ciudad. Gasté la mañana y la tarde visitando esos museos, que son varios por cierto. Había mucha diferencia entre todos ellos, algunos eran de arte colonial, con obras en su mayor parte de contenido religioso, y otros eran de orientación arqueológica. materia en la cual estoy más interesado, pero igual el arte es de mi interés. Pero para hartazgo mío, a pesar de que soy una persona curiosa con las religiones, los museos de arte religioso superaron a los de contenido más antropológico y arqueológico.

28.7.07

Isla del Sol: de norte a sur con dos yanquis














































Después de haber disfrutado de La Paz, ciudad caótica y alterada, vaya paradoja, salí para Copacabana, que no está en Brasil, sino una localidad bastante turística pegada al lago Titicaca, del lado boliviano. La ciudad sería una especie de terreno de paso para aquellos que van a Perú o a la Isla del Sol. Con la idea de visitar esta última, el miércoles a la mañana me subí al barco que me llevaba hacia esa isla. En esas dos horas de viaje iba conociendo a dos chicas estadounidenses, Lorene y Bridget, ambas de 21 años, que habían estudiado en Buenos Aires por 6 meses y disfrutaban de sus vacaciones viajando por Perú y Bolivia. Ellas venían de Puno, Perú, con rumbo a la Argentina. Mientras, contemplaba el exquisito paisaje que caracteriza a ese mar de agua dulce que baña tanto a Bolivia como a Perú. Bolivia tiene derecho a seguir con su reclamo histórico por una salida al Pacífico, arrastrando un litigio con Chile de más de 100 años. Pero la belleza de ese inmenso lago compensa en parte su falta de costas bañadas por agua salada. Bajados del barco, en la parte norte de la isla, intentabamos ponernos de acuerdo respecto a donde queríamos ir primero. Después de estar desorientados un rato, salimos con rumbo al norte, previo paso por el museo principal para comprar el ticket turístico que permite visitar las ruinas de la parte boreal de la isla. La caminata al norte fue muy hermosa, pasamos por playas de una arena muy fina y por montañas luego, y nos maravillamos con el fuerte azul del lago. Hay partes en el horizonte del lago donde no se ve ningún rastro de montaña, y genera la sensación de que realmente estabamos en una isla en el medio del mar. Me quedé con esa impresión, tratando de imaginarme que estaba en el medio de la nada, rodeado de mar y varado en un pedazo de tierra. Mientras caminaba con las amigas, hablando de nuestras vidas, y cantando algunas canciones de la hinchada de Boca, iba pegando onda con ellas, por decirlo de algún modo. Una vez llegados a las ruinas incas del lugar, nos quedamos descansando, y de paso recorrimos el laberinto inca, que estaba muy bien construido y de ese lugar se tenía una visión espectacular de todo que nos rodeaba. Al rato, salimos de nuevo para el pueblito que está en la parte norte, donde desembarcó la lancha. Hicimos una escala ahí, para almorzar tranquilos, descansar un par de minutos y seguir viaje hacia el sur. En ese lugar me dí cuenta que los precios en esa isla están el doble de lo que están en el resto de Bolivia, incluso en Copacabana, donde algunas cosas eran algo más caras. Y llevando pocos Bolivianos, dudé mucho acerca de quedarme ahí por varios días más, por que sinceramente el lugar me había encantando bastante.


Terminado nuestro almuerzo improvisado en las orillas del lago, cargué mi mochila y seguí con Bridget y Lorene por la senda que nos conduciría hacia la región austral de la Isla del Sol. En el trayecto me dí cuenta de por qué se llamaba así. Los 4000 metros de altura, la larga caminata a las horas de la siesta, y ni una nube en el firmamento, hicieron que mi cara y mis brazos quedaran tostados por la acción y gracia del Sol Invictus. Pero eso fue un detalle sin importancia, mas allá de la cuestión estética a la que yo estoy muy poco apegado, dada mi desprolijidad y desfachatez con las que ando recorriendo estos lugares del continente. Hablamos aún más acerca de todo lo nuestro, de nuestras vidas, estudios, experiencias y dilemas existenciales, y seguíamos caminando bajo el inclemente sol, pero disfrutando del ambiente cargado de naturaleza pura y de las vistas impactantes que teníamos a una altura considerable, teniendo en cuenta qué estabamos caminando por las montañas, obviamente por un camino ya hecho. Lo más impactante del lugar, además de toda su belleza que es descomunal, es la inexistencia de autos y de otro medio automotor. Solamente había caminos para la gente y para los animales, que son muchos. Cruzando pueblitos cercanos al lago, a veces nos sucedía que terminabamos en un chiquero por haber seguido un camino que parecía seguir hacia el otro extremo. A esas horas habíamos visto muy poca gente, pero llegamos a un caserío con una iglesia típica del lugar, y vimos a una cantidad importante de personas concentradas y sentadas cerca del templo cristiano. Dispuestos a descansar un momento para averiguar por nuestros ojos que estaba pasando ahí, al momento nos dimos cuenta que se trataba de una boda típica del lugar, que me sorprendió mucho dado el día miércoles y la hora de la ceremonia festiva. Los hombres y las mujeres estaban en diferentes lugares, muy separados los unos de los otros. Los hombres le daban duro y parejo a la cerveza, mientras las mujeres, sentadas todas, estaban conversando. Los únicos que bailaban eran los novios, pero a veces se agregaba alguno más, pero bailaban un rato nada más al compás de una orquesta improvisada con algunas trompetas y mucho bombo que repetían incesantemente la misma sintonía. Al ver que nada interesante iba a pasar en el corto plazo, seguimos camino, sabiendo que ya estabamos más cerca de nuestro destino final. Pero quedaba bastante trecho y muy complicado, con muchas subidas y bajadas, con llamas y burros que nos cruzaban constantemente, y el sol, duro con nosotros durante la tarde, ya estaba amenazando con irse para el otro lado del mundo. Apurando un poco el paso, llegamos exhaustos a la ciudad del lado sur, cerca de donde salían las lanchas para Copacabana. Buscamos un hostel que nos convenciera con el precio, y por fortuna encontramos uno a 50 bolivianos por los tres, en una misma habitación. Dejamos las cosas en el hostel, cacompañados de una charla tirados en nuestras camas, hablando un poco de literatura argentina y recomendandoles algunos autores buenos como Fontanarrosa y Dolina, con algunas recomendaciones de Borges y otros de la misma talla. No conformes con la larga caminata que hicimos a lo largo de la isla, que estuvo más que buena pero bastante agotadora, recorrimos un poco el pueblito, notando que había una infraestructura turística bastante desarrollada, con varios restaurantes dotados de un ambiente bastante agradable, con chimeneas y una oscuridad que tan solo era ultrajada por la tenue pero apasionada luz de las velas. Empezaba a acechar el hambre a tempranas horas, por lo menos para mí, acostumbrado a comer una vez avanzada la noche, pero la insistencia de las amigas norteamericanas y la necesidad de levantarnos temprano al otro día me convencieron de que era bueno saborear por tercera vez una trucha del lago Titicaca. Luego de averiguar precios en varios restaurantes, nos quedamos en uno que nos cobraba 20 bolivianos a cada uno por un menú compuesto por sopa, segundo plato y postre, muy ricos los tres. A la luz de la vela, en un ménage à trois culinario, cenábamos y platicábamos sobre las experiencias en cuanto a la comida de los lugares donde habíamos estado y de las bondades de la comida argentina. Lorene contaba que era vegetariana antes de llegar a Argentina pero bueno, el asado es el asado y hay muy pocos mortales que se resisten a tan delicioso manjar carnívoro que empiezo a extrañar más día tras día, mucho más que el mate y el dulce de leche. Pero la conversación luego se tornó cada vez más política e histórica, cuando yo les empezé a hablarles de la realidad argentina y de sus supuestas causas históricas. La cena finalizó con los vapores del vino tinto boliviano por nuestras cabezas, y en plena caminata hacia el hostel, que estaba cerca del restaurante, mé quedé estupefacto con el paisaje nocturno del Titicaca y de su cielo estrellado, sin compañia de luz artificial en la via pública, gozando de la buena onda de las amigas que ya me empezaban a llamar capitán, dado que yo había "liderado" la caminata por la isla.
Cuando nos levantamos al otro día, para que las yanquis se puedan tomar la lancha a Copacabana, y yo para buscar un nuevo lugar para quedarme por varios días. Después de compartir los últimos momentos con ellas cerca de los muelles, charlando y especulando sobre lo que ibamos a hacer en el fúturo próximo con nuestros viajes, nos despedimos como si nos conocieramos de hace bastante tiempo, ya qué la companía había sido muy fuerte y la magia del lugar agrandó más la unidad. Con gestos militares, parodiando mi condición de capitán, tal como ellas me habían bautizado, me despedí de ellas mientras se subían a la lancha. En ese mismo momento, tuve la certeza de que mi supuesta estadía en la isla no iba a ser la misma y que sus precios duplicados no iban a ayudar demasiado a que me quedara más tiempo ahí, y el extrañar a dos compañeras de viaje excepcionales iba a ser demoledor. Por esos motivos, decidí volver a Copacabana esa misma tarde, sintiendo de a poco el llamado del ombligo del mundo, el Qosqop, o Cuzco para el resto del mundo. Mi travesía en Bolivia había terminado, más temprano de lo que yo tenía planeado. Llegó el momento de cruzar otra frontera, y entrar a un nuevo mundo de experiencias y de vivencias que eran prometidas per se.

24.7.07

Escapando de Potosí, fútbol en La Paz y Tiwanaku







A veces la diosa Fortuna puede jugarnos una pasada en contra y hacernos enloquecer por un rato. En mi caso, su juego ciclotímico me hizo pasar más tiempo de lo pensado en Potosí. Después de haber hecho gran parte de las cosas que uno puede hacer en esa ciudad, tenía la intención de ir para Uyuni, para visitar el famoso salar. Pero la realidad política de Bolivia bloqueó esa posibilidad de salir. Los fracasos en las negociaciones del gobierno con los mineros hicieron que todas las salidas de Potosí estuviesen bloqueadas, e ir a Uyuni era imposible. Por lo tanto, quedé en Potosí agravando mi condición de ocioso. Las noticias de la noche derrumbaban cualquier esperanza de que los bloqueos se levantasen, agravando aún más la tensión entre la gente que quería viajar y los mineros bloqueadores. Encima, la gente de Potosí me comentaba que los mineros eran muy peligrosos, ya que no dudarían en arrojar dinamita si había un enfrentamiento con la policía, ejército o ciudadanos comunes. Esa noche del jueves dormí con la bronca de no poder ir a Uyuni por lo menos en un corto plazo. Me levanté temprano el viernes para ir a la terminal y ver si había algun atisbo de luz en el horizonte, quiero decir, si se habían levantado los bloqueos. Con desazón noté que no podía ir a Uyuni, pero había una posibilidad de ir a Oruro en un colectivo que salía en una parada improvisada, pasando el bloqueo de los mineros. En un minuto tomé la desición de tomar ese colectivo, para luego poder ir a La Paz. Tuve que tomar un taxi que me llevara hasta el bloqueo, bajarme ahí y caminar 5 kms por una ruta plagada de autos, colectivos y camiones detenidos por bastante tiempo. Pude ver la desesperación de la gente boliviana e incluso de turistascaminando entre colectivos y camiones que ocupaban todo el camino. Hasta ví un hombre llevando un ataúd con un fiambre adentro en una carretilla, saliendo de Potosí. Las caras estupefactas dominaron la escena dantesca. Llegado al colectivo, tuve que esperar una hora y media para que saliera hacia Oruro.

Mientras trataba de entender la trama de King Kong, película que estaban pasando en el colectivo, no veía la hora de llegar a Oruro, donde tenía pensado quedarme una sola noche, y el sabado a la mañana ir a La Paz. Cuando ví lo que era Oruro, tomé la radical desición de llegar esa misma noche a La Paz. Sin dudas Oruro debe ser la peor ciudad de Bolivia. Seca, sucia y sin ningún atractivo que valga la pena. No habré estado una hora ahí que ya estaba saliendo para La Paz. No me importaba llegar de noche, tan solo creí que La Paz sería un lugar mejor para llegar y andar de noche que Oruro. Caído a La Paz a eso de las 22 horas, me tomé un taxi para poder llegar al Hostel Austria, que lo tenía de una guía turística que me había regalado Amélie. La Fortuna continuó con sus histeriqueos cuando el encargado del hostel me dijo que no había más lugar y que tenía que caminar dos cuadras en subida hasta otro hostel para ver si había una mísera cama. En ese tampoco había, pero este otro encargado me comentó que a la vuelta estaba el famoso Hostel El Carretero y que había una cama disponible. Una vez instalado en el carretero, salí a comer por el centro, que estaba a 4 cuadras del hostel, y volví para descansar. No hice nada interesante ese sabado en La Paz, más que recorrer la agotadora ciudad, caótica por donde se la mire y demoledora por sus 3800 metros de altura. A la tarde me puse a conocer un poco más al heteregéneo grupo de gente que estaba hospedada en el hostel. Ahí me enteré que había un partido de fútbol 5 a la vuelta del hostel y que ibamos a jugar casi todos ahí. Por sentir la experiencia de jugar en la altura, me uní al grupo de eximios mochileros pero para nada buenos futbolistas. Al final terminó siendo un fútbol 7 en una cancha de 5. En tono de broma dije que este iba a ser un partido de la paz, por las diversas nacionalidades de los que ibamos a jugar. Había dos noruegos, un mexicano, un flaco que me parece que era de Alemania, dos argentinos, tres italianos y dos bolivianos, si no me olvido de alguno. Comprobé que jugar en la altura es como tal lo comentan muchos jugadores, una experiencia terrible y demoledora, más si no estas en un buen estado físico y si de yapa en los descansos algunos se ponen a tomar....ron!. 5 minutos corriendo como loco bastaban para que el corazon se estremeciera y quedarse a jugar otros 5 minutos abajo, defendiendo y respirando frenéticamente. Después de un partido parejo, que no sé cual fue su resultado real, me pegué una ducha en el hostel y salí para donde estaban los dos noruegos, que me habían invitado a un bar que estaba a pocas cuadras de ahí. En la puerta del hostel me encontré con un amigo de los noruegos, de la misma nacionalidad, que vivía en la capital boliviana desde hacía 2 años por lo menos. En el camino me contaba que el hacía tatuajes para vivir y que no le iba nada mal. Le pregunté cuanto saldría hacerme uno de algún dios hindú, como Shiva o Ganesha, y me dijo que tatuajes de ese tipo eran los más caros, por las complejas combinaciones de colores y formas, muy claro al tener en cuenta que un dios hindú tiene como minimo 4 extremidades. Pasada esa conversación, llegamos al lugar de encuentro, un bar llamado Etnos, donde se encontraban los noruegos, un colombiano y una suiza, todos del hostel. Para experimentar bebidas nuevas, tomé un trago llamado Nicolaska, una suerte de mixtura entre el tequila y el vodka, muy fuerte para mí, además de qué no había comido nada. Pocos minutos después salimos hacia otro bar cercano llamado Luna o algo así. Tomamos unos rones mientras hablábamos de política, estilos de vida y viajes. Pero esa charla duró poco por qué salimos hacia una Disco o Boliche qué no me acuerdo como se llamaba. En ese lugar nos cobraron 5 bolivianos a cada uno, unos dos pesos con cincuenta argentinos, un lugar muy barato y con un muy buen ambiente de fiesta. A partir de ahí lo único que me acuerdo es qué dos horas después salimos a una peña boliviana que ya había terminado prácticamente, donde lo único que había eran viejos dormidos por los efectos del alcohol, menos minas que en un cumpleaños de puto y nada de música atrayente para mis oídos. En ese ambiente, añorando el otro lugar, caí redondo también. Nos tomamos un taxi cuando la cosa no daba para más (para mí no dió más desde el principio) y llegamos al hostel a las 06:00 am, notoriamente borracho pero serio.

Ese domingo me levanté sin ningún atisbo de resaca alguno, como si no hubiera salido la noche anterior. Nada digno de comentario pasó al mediodía, pero a la tarde con algunos de los chicos del hostel vimos el triunfo de la sub-20 en un bar cercano. Después de eso, charla y cerveza en el patio del hostel hasta la noche, cuando fuimos a comer unas hamburguesas entre varios. Temprano me acosté esa noche para poder levantarme tranquilo el lunes para poder ir a Tiwanaku, complejo de ruinas de una civilización qué fue la más importante de esta región del mundo desde el 400 antes de Cristo hasta el 1200 DC. Lugar misterioso por cierto, ya qué fue una gran ciudad que se ubicaba en uno de los ambientes más aridos del globo. Tiwanaku conquistó vastos territorios durante su existencia, que abarcaban casi todo Perú, norte de Chile, Bolivia casi en toda su totalidad y el norte de Argentina. Por causas que todavía se tratan de dilucidar, la civilización sucumbió en el 1200. siendo reemplazada por una cultura más famosa, la incaica. Sinceramente, pensé que las ruinas de Tiwanaku iban a ser más grandes de lo que yo había pensado durante mucho tiempo. Pero me fascinó la parte del museo, con cráneos deformados intencionalmente y una momia incluida.
Vuelto al hostel a la tarde, y después de haber mandado fotos, a la noche conocí a dos argentinos que volvían de un viaje de seis meses por casi toda Sudamérica. Estos se llamaban Daniel y Manuel, y la verdad me dieron bastantes datos como para hacer mi viaje por Perú mucho mas lúcido y más variado. Mientras comíamos un cuarto de pollo con arroz muy bueno en una esquina de la Avenida Sucre, me contaban miles de anécdotas de tamaño viaje. Lamentablemente, personajes como ellos estaban volviendo a Argentina, mientras yo recién estoy empezando. Si la Fortuna quiere reparar algo conmigo, que sea haciendome conocer gente como ellos como para hacer un muy buen viaje.

21.7.07

Nunca te vas a ir Negro, siempre vas a ser inmortal


Aquí no voy a hablar de las cosas que han acontecido durante mi viaje. Esto solamente es un pequeño homenaje a un grande de la literatura argentina, un gran humorista y un excelente dibujante. Que lo parió, diría Mendieta, al darse cuenta que tipos como Videla, Pinochet, Menem, y otros aberrantes personajes, viven o vivieron largos años zafando de ser enterrados en un pantano y qué un enorme y grandioso personaje de la cultura argentina sufra una desgastante enfermedad y muera a los 62 años. Si mi fanatismo por Boca no fuera tan grande, seguramente sería hincha de Rosario Central, tan solo por él. Lamentablemente no murió como Casale, aquél personaje de su cuento 19 de diciembre de 1971, que murió alegre después de que Central le ganase a Newells con aquel golazo de palomita de Aldo Pedro Poy, pero personas tan queridas como él no mueren, por qué la muerte física es una superficialidad, la verdadera muerte es el olvido o el desprecio. Por eso, en medio de tanta tristeza, le digo al gran Negro Fontanarrosa que sus cuentos me han dado una cuota de felicidad y sabiduría que ningún libro de filosofía o de religión le pueda dar a una persona que le gusta leer y al mismo tiempo disfrutar y reírse como un loco frente a un montón de gente que te mira como a un desquiciado, qué no comprenden como una persona se puede reír mientras está leyendo. Negro, tan solo tengo palabras de agradecimiento para con vos, por darme pequeñas pero sublimes cuotas de felicidad en un mundo sombrío. Grandes como vos nunca van a morir, sino que van a vivir en el corazón de gente que aprecia los cuentos que mezclan fútbol, sabiduría, alegría, y que conllevan a que uno deje de lado muchas cosas con tal de terminar de leer tus obras maestras. A modo de terminar este sencillo pero cargado de tristeza este homenaje, estoy seguro de que el mundo ha vivido equivocado, tal como el título de ese gran cuento, y qué se equivocó de nuevo al dejarte irte.
Tan sólo quisiera que estuvieras aquí.

18.7.07

Entrando a Bolivia ( Villazón y Potosí)






















Entrar a Bolivia es toda una experiencia, más teniendo en cuenta el cambio abrupto que se ve cuando se pasa de La Quiaca a Villazón, ciudad boliviana de la frontera. La quietud, el caracter gris de La Quiaca, desaparecen apenas uno cruza a Villazón, donde se ve una movilización de gente mucho mayor, más comercio, más color si uno lo quiere decir así. Este lunes que pasó fuí a comprar el boleto a la terminal de Villazón para poder ir a Potosí cuanto antes. Temprano crucé la frontera sin ninguna complicación por parte de los policias y gendarmes, tanto argentinos como bolivianos. Lamentablemente no conseguí pasaje para irme a la mañana o mediodía del día lunes, así que me tuve que conformar con salir a las 18:30 hora de Bolivia (19:30 en Argentina) y esperar varias horas en la frontera. Ya al mediodía mi impaciencia me empezó a decir que tenía que cruzar la frontera de nuevo, pero para sellar el pasaporte con el sello de salida de Argentina y el de entrada de Bolivia. Había una larga cola en la ventanilla de migraciones en la parte argentina, teniendo en cuenta que era una de las horas de mayor movimiento ahí. En esa hora que tuve que esperar para hacer sellar el pasaporte sí o sí, conocí a una pareja de salteños, Vero y Javier, que iban hacia La Paz por un tema de estudios del amigo Javier. Mientras tratabamos de ser pacientes para poder cruzar, estuve charlando con ellos, intercambiando datos sobre nuestros viajes y comentando nuestras vidas. Los acompañé a la terminal para que puedan sacar los pasajes, y el colectivo de ellos salía a la misma hora que el mío, así que no teníamos más remedio que esperar las mismas horas, y para hacer nuestra corta estadía en Villazón, decidimos empezar a compartirla con un almuerzo en restaurant que se ubicaba frente a la terminal. Pasamos las 4 horas y media que teníamos por delante paseando por la zona comercial, cargada de electrodomésticos a muy bajo precio, zapatillas y ropa baratas, que nos tentaban a consumir dejándonos llevar por los precios bajos. Las cosas de necesidad inmediata las compramos, sin caer demasiado en la tentación consumista. Entre mates y café las horas pasaron y llegó el momento de partir, aunque a diferentes partes. A ellos les esperaban 17 horas de viaje hasta La Paz, y a mi 12 horas hasta Potosí. Después de despedirnos, mi colectivo salió puntual y llegó mas temprano de lo que esperaba a Potosí. El problema era que no se había hecho de día, y por lo tanto tuve que esperar dos horas y media en la terminal potosina hasta que saliera el sol. A eso de las 7 horas de Bolivia, salí con mis mochilas hacia el centro de la ciudad, sufriendo con las calles empinadas, el peso de las mochilas, y los 3900 metros de altura que tiene Potosí, mientras contemplaba el Cerro Rico, aquél cerro famoso que contenía tanta plata como para hacer un puente que cruzara de América a Europa por el Atlántico, según dice la leyenda. Si revisamos un poco la historia, Potosí fue durante el siglo XVII la segunda ciudad más poblada del mundo, después de Londres, y una de las más ricas del globo, teniendo en cuenta que fue el centro minero más importante del mundo durante la etapa colonial y que la plata que contenía el Cerro Rico en sus cerros permitío el avance irrefrenable del capitalismo que recién estaba dejando de ser incipiente, gracias a la conquista de América. Dejando de lado esta información, les cuento que llegar al hostel San Pedro Velmont, donde estaba Amélie, fue una tortura. Las calles en subida y el hecho de que no tengan señalización alguna fueron importantes problemas, sin tener en cuenta el frío de la mañana. Amélie es una francesa que tenía como contacto en el MSN y que la había conocido por Hospitality Club. En estos últimos días habíamos estado en contacto por que ella tambíen estaba viajando por la misma región que yo pero ella iba algo más adelantada que yo. Por lo tanto, habíamos quedado en encontrarnos en algún lugar de Bolivia para compartir tramos o estadías en alguna ciudad boliviana. Esta ciudad sería Potosí, que se encontraba y se encuentra en conflicto, debido a que los mineros de las cooperativas que trabajan en el Cerro Rico para extraer metales como el Zinc se oponían contundentemente a las intenciones del Gobierno de Evo Morales de nacionalizar las minas de Bolivia. Por eso, tuve mucha suerte en llegar a Potosí temprano porque mas tarde los mineros estarían cortando los caminos que llegan a la ciudad.














Después de llegar al hostel donde estaba Amélie, salí urgente a buscar un café para poder despabilarme y tomar algo caliente, mientras esperaba que se hicieran las 10 para regresar al hostel, ya que Amélie estaba durmiendo cuando yo había ido por primera vez. Después de haberme tomado un buen desayuno americano a buen precio, volvía al hostel mientras veía los indicios del clima tenso que se vivía en Potosí cerca de la plaza central, por la misma razón que comenté antes. Después de encontrarme con Amélie y dejar las cosas en el hostel, salí con ella y dos flacos de España e Inglaterra a...tomar el desayuno. Para no quedar desajustado, pedí solamente un café. Una vez terminado el segundo desayuno para mí, salí con Amélie a recorrer la ciudad y a conversar bastante, ya que ella hablaba muy bien español, porque estuvo en Buenos Aires haciendo una pasantía por 3 meses, y realmente la francesa se había argentinizado bastante. Estuvimos en una Iglesia colonial viendo sus catacumbas, sus obras de arte religioso, y el altar de oro con el Jesucristo cruxificado más viejo de Bolivia. La guía nos decía que ese Cristo tenía pelo verdadero, que le crecía el mismo, así como su barba. Durante un tiempo ese Cristo había transpirado y de yapa había sangrado. Amélie se había quedado impresionado con sus ojos, y no para bien, ya que estaban tallados y pintados de una manera tal que parecían los ojos salidos de un gato después de haber sido pisado por un colectivo cargado de piqueteros. Nuestra intención al entrar a la Iglesia no había sido contemplar y discernir sobre la iconografía católica, sino sacar fotos desde el techo de la Iglesia, donde se podía tener una vista maravillosa de la ciudad de Potosí y de sus construcciones que datan de la época de la colonia. Después de la visita, nos fuimos a almorzar al mercado central, donde comimos bien y a buen precio una exquisita comida boliviana. Pasado el mediodía y luego de habernos ido cada uno por su lado a hacer lo que teníamos que hacer, nos encontramos a las 15 para visitar la Casa de la Moneda, un lugar que data de la Colonia, y desde donde se hicieron las monedas para el Imperio Español durante todo el tiempo de la colonia y después se hacían las monedas para la República Boliviana. Incluso en ese mismo lugar se hizo la primera moneda oficial de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en 1813, y que podemos ver una representación de ella en el centro dorado de la moneda de un peso de Argentina. También en ese lugar se hacían los lingotes de plata que después iban a ser aplastados en máquinas gigantescas de madera para fabricar laminas, y de ese modo hacer más dócil el metal argento. El recorrido por la Casa fue largo, y ya a lo último me aburrían las máquinas eléctricas que hacían monedas para Bolivia. Lo mejor del recorrido fueron los cuadros históricos y religiosos presuntamente pintados por los mismos esclavos en su tiempo libre. Quién diría que los esclavos en aquellos iban a tener ganas de pintar cuadros complejos después de una jornada de trabajo extenuante y violenta. También me gustó mucho la parte arqueológica del complejo, donde se veían en un muy buen estado de conservación momias indígenas y bebés muertos, hijos de españoles de hace 4 siglos, también en buen estado. Pero acabado el morbo, las máquinas ya empezaban a ser tediosas, pero el tour terminó y con Amélie fuimos a tomar un café, mientras discutíamos si se iba a solucionar el conflicto y se iban a levantar los bloqueos, por que ella quería irse a Sucre para después tomarse un avión para llegar al norte de Bolivia y visitar la salvaje selva que reina en esa región. Quedamos en juntarnos a cenar copiosamente, pero sin lugar a confirmar. Una vez salidos del hostel, nos pusimos a buscar restaurante, y llevados por la desesperación por no sufrir más el frío inclemente de la noche potosina, comimos en el mismo lugar donde tomamos los cafés a la mañana y a la tarde. Saboreamos la exquisita carne de llama mientras tomabámos la famosa cerveza potosina, que no nos gustó a los dos. Volvimos al hostel más o menos temprano. Ella tenía que levantarse muy temprano al otro día para probar suerte en cruzar el bloqueo con otras francesas que estaban hospedadas en el mismo hostel que yo, y yo tenía que ir a una excursión al Cerro Rico a las 9:00 hs, a conocer las minas de metales. Amélie y yo tenemos intención de encontrarnos de nuevo en La Paz, para luego seguir viaje hasta el Lago Titicaca, y ella de ahí se vuelve a Buenos Aires, para luego regresar a Francia en agosto.







Sí algo me impactó mucho no fue la cantidad de turistas extranjeros en general, en realidad eso no debería sorprender, sino la cantidad impresionante de franceses que recorren Potosí. Siguiendo la lógica, las demás personas que compartían conmigo el tour a las minas, eran franceses en su totalidad. Por lo tanto, la guía que explicaba cada cosa interesante, hablaba francés la mayor parte del tiempo y me explicaba luego a mí en español, pero yo ya había entendido casi todo, y no es de pretencioso, agarraba palabras clave y entendía la idea general, solamente me interesaba en los detalles más minuciosos de la explicación. Nos tuvimos que vestir todos como mineros, con el traje, el casco protector y su linterna para alumbrar los túneles oscuros de la mina. Me hice sacar una foto vestido de minero, no sé si la voy a mostrar porque salí como cualquier cosa menos como un minero esforzado de Potosí. Dá algo de culpa ver a pibes de 15 a 20 años trabajando 12 horas por día dentro de la mina, continuamente sacando escombros y volviendo a entrar de nuevo a la mina, y uno que se queja de qué a veces el trabajo propio no nos convence. Es sin duda una culpa burguesa, en este momento mi existencia se está orientando a la frivolidad y a la comodidad y cuando veo la realidad social de los pueblos del norte argentino y de los que estoy viendo aquí en Bolivia, tengo la sensación de qué a veces muchas cosas que tengo no las valoro como tales.

Las minas de Potosí se han llevado, se llevan y se llevarán la vida de mucha gente que trabajan en ellas. Durante el período colonial, los españoles usaron a los indígenas como mano de obra esclava o semi-esclava para extraer los gigantescos yacimientos de plata que existían en esa parte de la historia. Millones murieron a lo largo de ese período de la historia, se estiman que son 8.000.000, sin contar el atropello a sus creencias y costumbres por parte del clero católico y los abusos a los que eran sometidas sus mujeres por parte de los conquistadores. Como ya dije anteriormente, el avance del capitalismo del siglo XVI se debió en su mayoría a la plata que salía de Potosí. En el siglo XVII la producción argentífera cayó abruptamente y Potosí pasó a vivir de glorias pasadas, si es que así se pueden llamar. La historia de Potosí se podría resumir en una frase que muy pocos podrán discutirla: "Potosí es la ciudad que más ha dado al mundo y es la que menos tiene".

15.7.07

Amaicha del Valle, Ruinas de Quilmes y charla con borrachos de pueblo











Lamentablemente no estoy en el mejor momento animico que necesita uno para escribir, pero bueno, el futbol es futbol y siempre de alguna manera nos va a influir en nuestras vidas pero la vida sigue adelante, asi como viaje. Lo que preocupa es que la Selección Argentina se está convirtiendo en la nueva gallina de Sudamérica. Tres finales consecutivas perdidas con Brasil creo que lo dicen todo.

Bueno, siguiendo con lo mio, el jueves a la mañana salí de Tafí con ganas de intentar hacer dedo a la salida del mencionado pueblo. No habían pasado 4 minutos que ya me habían dado la oportunidad de viajar hasta Amaicha dos tucumanos de Monteros, que trabajaban para una empresa de electrodomésticos. Después de casi una hora de viaje, bajé en Amaicha, con el sol a pleno del mediodia. Después de hospedarme en un hostal barato pero bueno, recorrí el pueblo y sus alrededores, hasta que a la hora de la siesta el sol empezó a sacar toda su bravura y mi instinto me dijo que debía esconderme en mi cueva como las víboras, para no sufrir el calor terrible de esas horas en las que no anda nadie. Despues de la siesta obligada, seguí recorriendo la zona adelaña al pueblo, donde me encontré con el silencio, dueño y señor de las sierras cercanas. Pero Febo se oculta pronto tras las montañas y no estaba como para cruzar un par de kilometros a oscuras por los senderos, ya que Amaicha es un lugar con muy poca iluminación callejera. Después de eso, el día había terminado, ya que pretendía levantarme temprano al otro día para ir a las ruinas de Quilmes.

Una vez llegado al acceso a las ruinas, a pleno sol de mediodia, caminé los cinco kilometros que demandan llegar al parque. Medio deshidratado llegué a las ruinas, pero una vez saciada mi sed, como un niño, me dejé llevar por el cerro que custodia las espaldas de la antigua fortaleza y escalé casi hasta su cima, pasando por los diversos puestos que los Quilmes usaban para divisar si llegaban invasores. La vista desde esos puestos es tal que ellos podían ver un ejército enemigo a 25 kms de distancia de la fortaleza. Además, la fortaleza se mimetiza de tal manera que los ejércitos invasores no veían que ese lugar estaba habitado, y seguramente los Quilmes usaban esto para ataques sorpresas. A finales del siglo XV los incas conquistaron esa fortaleza, obligando a los Quilmes a pagar tributos y a venerar a sus dioses, pero también trajeron avances propios de la cultura inca, como el cultivo en terrazas y la metalurgia. Una vez desmantelado desde su centro el Tahuantinsuyo (Imperio Inca) por los españoles, estos últimos lucharon encarnizadamente con los Quilmes durante bastante tiempo, prácticamente todo el siglo XVI. Los Quilmes, indómitos, no aceptaron ni la cruz ni la espada del cruzado español. Una vez sometidos los nativos, estos fueron llevados caminando hasta Buenos Aires. De 4000 que eran al principio, llegaron 200, que fueron ubicados en un asentamiento al sur de Buenos Aires, donde hoy está Quilmes.
Bueno, terminado el circuito por la fortaleza y pasadas las terribles horas de la siesta, salí caminando hacia la ruta, para regresar a Amaicha. No había caminado demasiado cuando un flaco me ofrece llevarme hasta el acceso pero al final me terminaba dejando en Amaicha. El flaco, que se llamaba Miguel, trabajaba en Armenia, en el aeropuerto de Yerevan. Me contó de su vida en Armenia, y me dio buena data para la joda en Cusco, algo que siempre viene bien. Llegué muerto al hostal amaichense, con ganas de dormir una siesta para pasar la noche bien. Cuando llegó la hora de la cena, fuí al mismo lugar donde había cenado la noche anterior. Resulta que me encontré con los 4 borrachos de Amaicha, aunque no eran amaichenses de nacimiento, sino por adopción. Los cuatro se habían enamorado de Amaicha, no paraban de alabar la singularidad de su clima (360 dias de sol al año), y anécdotas varias de gente que se había quedado en el lugar. Les pregunté sobre como se llevaban con la gente original del lugar, y decian que bien pero hasta ahí nomás, ya que los nativos del lugar se sienten invadidos por los foráneos y estos últimos dicen que los nativos no quieren el progreso, sino todo lo contrario. Pero se nota en los "invitados" qué el progreso debe tener limites, ya que ven con cierta preocupación el crecimiento lento pero imparable del turismo en Amaicha. En un ejercicio de dialéctica hegeliana-marxista (jeje) la tranquilidad de Amaicha tiene dentro de sí el germen de su propia destrucción, si se multiplican los enamorados de Amaicha.
Bueno, esa charla con los borrachos me dejó una impresión mas local del lugar, al tomar contacto con gente que vive ahí desde hace tiempo y sigue hablando maravillas de su lugar día tras día. La dinámica propia del crecimiento turístico en la zona dirá hasta cuando Amaicha será un lugar especial y no otro destino más de viejos platudos.

11.7.07

El inicio de la travesía (Tafí del Valle)







Después de una estadía en la casa de un amigo (Facundo) en Lomas de Zamora, y de un viaje en tren de Retiro a Tucumán que tomó 24 horas exactas, llegué al Jardín de la República. Mi estancia en San Miguel duró tan solo pocas horas, ya qué salí en colectivo desde la terminal hacia Tafí del Valle, un lugar que ya había visitado el año pasado pero, sinceramente, me llegó al alma. Teniendo en cuenta la hora a la que había caído en Tafí, 16.30, no tenia mas remedio que salir en busqueda de hospedaje y descansar despues de tamaño viaje. Mire el partido Brasil vs Uruguay en el Hostel y me fui a dormir, con la idea de levantarme temprano para disfrutar el dia. Me levante a las 10.30, cuando mi plan era levantarme tipo 8.00. Por suerte pude salir mas o menos rapido, despues de un mate cocido con pan casero, para mi caminata de 15 kms de ida hacia El Mollar. El camino de Tafi a El Mollar es alucinante, la naturaleza grita estruendosamente, en un sentido figurado, claro, y el hacerlo solo permite a uno disfrutar del silencio imperante que es solo interrumpido por alguna rafaga de viento. Despues de haberme ido afuera del camino por algunos minutos, retome la senda correcta y llegue a El Mollar pasado el mediodia. Comi unas empanadas en un barcito y sali con la panza llena, deseoso de encaminarme hacia un nuevo lugar.
La soledad puede ser buena compañera si te lleva a un lugar fantástico. Eso fue lo que pensé cuando, por curiosidad, me lanzé por un camino de El Mollar y caí en un lugar solitario, soleado y surcado por un río que no parecía muy muerto, teniendo en cuenta que esta es la época seca del año en esta región. Descanse los pies, rogando que los incipientes callos no pasaran de pichones. Me toste algo bajo el sol, a pesar de que estaba algo fresco, los 2000 mts de altura hacen que el sol este mas cerca y pegue mas. Despues de media hora de un baño de naturaleza pura, sali rumbo hacia Tafi, para que la caida del sol no me sorprendiera en el camino. Una vez en el hostel, cai rendido en la cama y me dormi una pequeña siesta, interrumpida varias veces por los ladridos de un perro que jugaba con una niña.
Mañana temprano, apenas salga el Invictus, parto con destino a Amaicha del Valle, uno de los lugares mas soleados del mundo,y por ende, uno de los mas seco. Pero solo va a ser una parada ya que mi plan es ir a visitar las Ruinas de Quilmes, cercanas a Amaicha.
Bueno, el que les escribe esta hecho mierda por tercer dia consencutivo. Espero que la fiebre y dolores musculares producidos por la vacuna contra la fiebre amarilla no aparezcan. Lamentablemente en Tafi del Valle no hay ningun cyber donde se puedan bajar las fotos, vamos a ver que pasa en Amaicha. Hasta la proxima.

30.6.07

El amanecer de una nueva aventura...y una justificación del nomadismo..


Seguramente estarán enterados de mis planes alocados para este proximo mes de Julio . Más de uno se habrá dado cuenta que una cosa de estas iba a hacer en un corto plazo. No va a ser el primer viaje que haga solo, lejos y con cierta incertidumbre. Pero para mí un mundo de certezas inapelables es un oximoron (contradicción absoluta entre los terminos), ya que somo seres finitos y por lo tanto ni podemos pensar un acercamiento hacia una verdad objetiva y sin discusiones( si es que la hay). Seguramente este pensamiento podrá parecer posmoderno para algunos, pero allá con ellos. El tema es que este viaje no lo voy a hacer solamente por ocio, seguramente momentos de mujeres y vino habrá pero no voy a eso especificamente, sino que va más alla del hedonismo que se suele experimentar en ese tipo de aventuras y salidas largas. Como ya dije, no viajo por que ahora se me ha dado, por un capricho efímero o "para ver que pasa". Desde pequeño sentí curiosidad por la Geografía, por la Historia Universal, por otros "mundos" como dirian los antropologos. Devoré libros sobre otras culturas, viajes, navegé por internet empapándome de anécdotas de viajeros desparramados por lo ancho del globo. Pero ahora es un momento de mi vida en el que los libros, el lenguaje escrito o hablado referente hacia ese objeto tan preciado para mí, pasan a un plano secundario. Tengo la certeza ( una de las pocas que tengo) de que viajar para mí no es solamente un placer, sino una necesidad. Con tan solo pensar en la idea de vagar por el mundo se me estremece el espiritu. Este viaje por Sudamérica pasaría a ser un ritual iniciático, al estilo de una sociedad secreta, para espirítus curiosos, inquietos, soñadores, individualistas, anárquicos, libertarios, como yo, con ansias de sentirse libres y realizados. Por lo tanto, dejo atrás todas mis metas culturales hegemónicas, y salgo en busca de mi meta, la más personal e individual meta que todo individuo posee aunque la mayoría aborte sus esperanzas sin siquiera pensar en la posibilidad de salir a concretarlas.

Un hecho transcendental de mi vida que ha acontecido durante el año pasado ha sido el viaje al Noroeste argentino. Tomé la decisión un martes a la noche mirando televisión y el viernes estaba partiendo en tren hacia Tucumán. No fue un viaje mochilero por excelencia, hice la mayor parte del viaje solo y de yapa era el primero que hacía en soledad.
Tal vez para otros este viaje sea uno más de tantos que se hacen, pero para mí ha significado un quiebre en mi concepción de la vida. Siento que he contraido una "enfermedad", el nomadismo. Una de las caracteristicas de la sociedad occidental es que es sedentaria, que en condiciones normales el nomadismo consiste en viajar hacia un lugar alejado pero después volver, o quedarse quieto en el nuevo habitat. La supervivencia de esta sociedad occidental , por ende, del capitalismo, depende de su carácter sedentario. De ahí que los trotamundos, "raza" a la cual yo todavía no pertenezco, sean considerados desajustados de la sociedad, como crítica más leve a su condición de vida. Pero los "locos" son los que crean nuevas vivencias, nuevas interpretaciones, nuevas morales y nuevos planteos. La locura de los trotamundos consiste en desligarse de su mundo original y vivir nuevas vivencias, compartir interpretaciones y nuevas morales y plantearse cosas que antes de partir no se las hubiese planteado. Arriesgados viajeros siempre hay, así como ideas que atrofian la mente humana, bloquean su potencial creativo y nos sumergen en la mas absoluta oscuridad intelectual.

Por lo tanto, no voy a ser ni el primero ni el último en hacer algo remotamente parecido a lo que hicieron grandes viajeros de la Historia de la Humanidad, pero en algún momento y lugar se debe empezar. Viajar es un reto a la identidad de uno mismo, uno va tomando contacto con diferentes personas y lugares que lo van cambiando, que van eliminando elementos de la personalidad y despues le abren la cancha a un potencial que uno tiene oculto pero que las experiencias de la vida lo han ido sofocando.

Se acabó el momento de las palabras, de los planteos y de los reproches...ahora es tiempo de arrojarse al mar y terminar donde sea...

17.4.07

Faro

En este mar tempestuoso
estoy asediado por la soledad
las gaviotas han huido, yo se,
no hay ancla salvadora
mas que la luz de tu faro


viste que no se ha apagado
ni conoceras el dia que lo haga
yo se que es solamente una sola
la luz que se ve allá lejos

no hay atisbo de esperanza
cuando las nubes rugen
no se si Dios se olvido de mi
o si acaso todavia no te vi
quiero confiar de nuevo en mi


viste que no se ha apagado?
ni conoceras el dia que lo haga
yo se que es solamente una sola
la luz que se ve allá lejos


las estrellas son mitos
apuñalando toda mi humanidad
extraño las luces, lo sabes y lo se
pero extrañar significa haber visto
y sabemos que aun no las vi...
no hay sol, solo oscuridad
solo el faro de tu mirada
hace resurgir mi vista de nuevo
creeme o no, sabes que soy un loco
un loco ciego e infeliz

viste que no se ha apagado
ni conoceras el dia que lo haga
yo se que es solamente una sola
la luz que se vé allá lejos

supimos que no hubo marino
que haya escapado a este infierno
tu quedate ahi, donde estas
estas muy segura ahi
dejame a mi solo llegar a tierra
guiado solamente por ese faro
tu no lo controlas, o lo finges
a veces lo veo lejos, a veces cerca
no es solo una batalla
es toda una guerra

viste que no se ha apagado
ni conoceras el dia que lo haga
yo sé que es solamente una sola
la luz que se ve allá lejos

10.2.07

Sobre la servidumbre voluntaria (La Boétie)

............... No es bueno el gobierno de muchos: uno solo el caudillo supremo y soberano de todos sea. (1)
Eso dice Ulises en Homero hablando en público. Si se limitara a decir:
No es bueno el gobierno de muchos:hubiera felizmente expresado su concepto; pero al conceder que el dominio de muchos dado que el de uno solo no era bueno, era duro e irracional desde el instante que se revestía del título de soberano parece contradictorio el añadir:Que uno solo el caudillo supremo y soberano de todos sea.
Sin embargo, puede excusarse este lenguaje en Ulises si se atiende a la necesidad que tuvo de usarlo creo, para apaciguar las disensiones del ejército: sus discursos eran más bien efecto de las circunstancias que de la convicción; pues hablando con imparcialidad, siempre es una fatalidad tener que estar sujeto a un dueño, cuya bondad no ofrece más garantías que su capricho: y el depender de muchos es tener que sobrellevar otras tantas desgracias. Prescindamos por ahora de entrar a debatir la intrincada cuestión de si las demás formas de república son preferibles a una monarquía; en este caso, debiera tratarse como preliminar qué categoría debe tener la monarquía entre las repúblicas si es que ha de tener alguna; pues la razón se resiste a creer que haya cosa "pública" en un gobierno que depende exclusivamente de una sola y absoluta voluntad. Pero esta discusión queda para otro punto y requiere un tratado particular, o más bien traería todas las disputas políticas. De lo que aquí se trata es de averiguar cómo tantos hombres, tantas ciudades y tantas naciones se sujetan a veces al yugo de un solo tirano, que no tiene mas poder que el que le quieren dar; que sólo puede molestarles mientras quieran soportarlo; que sólo sabe dañarles cuando prefieren sufrirlo que contradecirle. Cosa admirable y dolorosa es, aunque harto común, ver a un millón de millones de hombres servir miserablemente y doblar la cerviz bajo el yugo, sin que una gran fuerza se lo imponga, y si solo alucinados al parecer por el nombre Uno , cuyo poder ni debería ser temible por ser de uno solo, ni apreciables sus cualidades por ser inhumano y cruel. Tal es empero la debilidad de los hombres que algunas veces es preciso el ceder a la fuerza, necesario el contemporizar en otras; no siempre podemos ser los mas fuertes. Así, cuando una nación se ve obligada por la fuerza de las armas a servir a Uno, como la ciudad de Atenas a los Treinta tiranos, no debe admirarnos su servidumbre, antes bien debemos lamentarnos del fatal accidente que la ha causado; y aún será mejor ni sorprendernos ni lamentarnos, sino tomarlo con resignación y prepararse para mejorar de fortuna en el porvenir. Nuestra naturaleza es tal que frecuentemente sacrificamos con gusto una buena parte de nuestra vida en los deberes recíprocos de la amistad; amar la virtud, apreciar los nobles hechos, manifestarnos reconocidos a la mano que nos ha dispensado bienes, y privarnos hasta de nuestros placeres para aumentar la gloria y progresos de aquellas personas que se han hecho acreedoras a nuestro aprecio, es correspondencia tan justa como arreglada a la razón. Con todo, cuando un pais tenga la dicha de poseer un gran hombre que se haya distinguido por su previsión en conservarlo, por su intrepidez en defenderlo y por su sabiduría en gobernarlo, no me atrevo a considerar prudente lanzarse a su obediencia y entregarse ciegamente a su dominio, quitándole de un lugar donde brillaba por sus virtudes, para elevarle a un puesto donde pueda obrar mal.
¡Quién sabe si esta generosidad se convertiría en daño propio trocándose los bienes en males! Por más que sea bastante verosímil no temer ningún mal de quien siempre ha obrado bien.
Mas ¡Oh buen Dios! ¿Qué título daremos a la suerte fatal que agobia a la humanidad? ¿Por qué desgracia o por qué vicio, y vicio desgraciado, vemos a un sinnúmero de hombres, no obedientes, sino serviles, no gobernados, sino tiranizados; sin poseer en propiedad ni bienes, ni padres, ni hijos, ni siquiera su propia existencia? Sufriendo los saqueos, las torpezas y las crueldades, no de un ejército enemigo, ni de una legión de bárbaros, contra los cuales hubiera que arriesgar la sangre y la vida, sino de Uno solo, que no es ni un Hércules ni un Sansón; de un hombrecillo, y con frecuencia el más cobarde y afeminado de la nación, que sin haber visto el polvo de las batallas, ni haber siquiera lidiado en los torneos, aspira nada menos que a gobernar los hombres por la fuerza, incapaz como es de servir vilmente a la menor mujercilla ¿Llamaremos a eso cobardía? ¿Llamaremos cobardes a los que así se dejan envilecer? Que dos, tres o cuatro personas no se defiendan de uno solo, extraña cosa es, mas no imposible porque puede faltarles el valor. Pero que ciento o mil sufran el yugo de Uno solo, ¿no debe atribuirse más bien a desprecio y apatía que a falta de voluntad y de ánimo? Y si vemos no ciento, ni mil hombres, sino cien naciones, mil ciudades, un millón de hombres, dejar de acometer a Uno solo y prestarle vasallaje, mientras que éste los trata peor que infelices esclavos, ¿diremos que sea por debilidad? Todos los extremos tienen sus límites: dos y aún diez pueden temer a Uno; pero no será por cobardía el que mil, un millón, un sinnúmero de ciudades, no se defiendan de él, puesto que la cobardía no puede llegar hasta este punto, así como el valor no se extiende tampoco a que uno solo asalte una fortaleza, acometa a un ejército o conquiste un reino. ¿Qué monstruosidad pues será ésta que, ni el título merece de cobardía que no halla nombre lo bastante vil, que por su bajeza se resiste la naturaleza a conocerla y la lengua a pronunciarla? Póngase cincuenta mil hombres para combatir contra otros cincuenta mil; dispóngase la batalla y llegue el momento de acometerse, los unos peleando por su libertad y los otros para arrebatársela; ¿A favor de qué partido se prevee la victoria? ¿cuáles irán más animosos al combate, los que aspiran al mantenimiento de la libertad en recompensa de sus sacrificios, o los que van a derramar su sangre para vivir en esclavitud? Los primeros fijan la vista en la felicidad de su vida pasada y en la esperanza de un lisonjero porvenir; tienen en nada las privaciones y penalidades inseparables de la guerra, comparándolas con los males que la servidumbre acarrearía a ellos, a sus hijos y a toda su posteridad. A los segundos no hay cosa que los anime salvo una miserable codicia, incapaz de hacer frente al peligro y que nunca puede ser tan ardiente que no la apague una sola gota de sangre manada de sus heridas. Dos mil años cuentan de fecha las célebres batallas de Milciades, Leónidas y Temístocles, y las historias nos las refieren tan a menudo y con tal entusiasmo, que excitando nuestra admiración, nos parecen tan recientes como si se hubieran dado el día anterior. Ellas aseguraron la independencia de Grecia y aún sirven de modelo a todo el mundo. ¿Y cuál fué el aliciente que pudo excitar la bravura de tan corto número de griegos e infundirles valor para enfrentarse a tan poderosas fuerzas navales, que incluso el mar no soportaba el peso, y para derrotar ejércitos tan numerosos que todo el escuadrón de los griegos apenas habría bastado para llenar las plazas de oficiales de las huestes enemigas? Fué el deseo de mantener su libertad: fué porque en aquellas gloriosas jornadas los griegos no combatieron contra los persas únicamente; en ellas triunfó la Libertad sobre el Despotismo, el Derecho sobre la Usurpación.
Admirable es el prodigio que obra la libertad en el corazón de sus defensores. Pero lo que sucede en todos los paises, con todos los hombres y todos los días, que un solo hombre pueda esclavizar cien mil ciudades y privarlas de sus derechos. ¡Quién lo creyera a no haberlo oído con certeza o visto con sus propios ojos! Si se refiriera únicamente como cosa acontecida en países extraños y tierras remotas, se creería más bien ser un esfuerzo de invención que el puro idioma de la verdad. Pero ello es as!, y aún más prodigioso si se considera-que este tirano sería destruido por sí mismo, sin necesidad de combate ni de defensa, con tal que el país no consintiera en sufrir su yugo; no quitándole nada sino con dejar de darle. Si un país trata de no hacer ningún acto que pueda favorecer al despotismo, basta y aún sobra para asegurar su independencia. Los pueblos deben atribuirse a sí mismos la culpa si sufren el dominio de un bárbaro opresor, pues que cesando de prestar sus propios auxilios al que los tiraniza recobrarían facilmente su libertad. Es el pueblo quien se esclaviza y suicida cuando, pudiendo escoger entre la servidumbre y la libertad, prefiere abandonar los derechos que recibió de la naturaleza para cargar con un yugo que causa su daño y le embrutece. A ser necesario un gran esfuerzo para recobrar la libertad, no fueran tan vivas y justas mis reconvenciones. No hay cosa más dulce para el hombre que reponerse en su derecho natural, o por decirlo mejor, de bruto pasar a ser hombre. Con todo, no exijo de él tanto arrojo, acepto que prefiera no sé qué seguridad viviendo en la miseria a la dudosa esperanza de vivir a su antojo. ¿Acaso no se consigue la libertad con sólo desearla? Y si basta un simple deseo, ¿qué nación habrá en el globo que aún la considere demasiado cara, pudiéndola obtener con sólo quererla? ¿Habrá voluntad a que repugne el recobrar un bien tan precioso aún al precio de su sangre y que una vez perdido, toda persona de honor no soporta su existencia sino con tedio y espera la muerte con regocijo? A manera que el fuego de una pequeña chispa se hace grande y toma fuerza a proporción de los combustibles que encuentra, y con sólo no darle pábulo se acaba por si mismo perdiendo la forma y nombre de fuego sin necesidad de echarle agua; así los tiranos a quienes se les sirve y se adula cuantos más tributos exigen, más poblaciones saquean y más fortunas arruinan, así se fortifican y se vuelven más fuertes y frescos para aniquilarlo y destruirlo todo; cuando, con sólo no obedecerles y dejando de lisonjearles, sin pelear y sin el menor esfuerzo, quedarían desnudos y derrotados, reducidos otra vez a la nada de que salieron. Cuando la raíz no tiene jugo bien pronto la rama se vuelve seca y muerta.
Para conseguir el bien que desea, el hombre emprendedor no teme ningún peligro, el trabajador no escatima ningún esfuerzo. Sólo los cobardes y los perezosos no saben ni soportar el mal, ni recobrar el bien que se limitan a desear. La energía de procurárselo se la roba su propia cobardía; no les queda más que el natural anhelo de poseerlo. Este deseo, esta voluntad innata común a los sabios y a los locos, a los audaces y a los cobardes, les hace apetecer todas aquellas cosas cuya posesión les haría felices y contentos. Hay una sola que los hombres, no se por qué, no tienen ni siquiera fuerza para desearla. Es la libertad, ese bien tan grande y dulce, que cuando se pierde, todos los males sobrevienen y que, sin ella, todos los otros bienes, corrompidos por la servidumbre, pierden enteramente su gusto y sabor. Sólo a la libertad los hombres la desdeñan, unicamente, a lo que me parece, porque si la deseasen la tendrían: como si se rehusasen a hacer esa preciosa conquista porque es demasiado fácil.
¡Hombres miserables, pueblos insensatos, naciones envejecidas en vuestros males y ciegas cuando se trata de vuestra felicidad! ¿Cómo os dejáis arrebatar lo más pingüe de vuestras rentas, talar vuestros campos, robar vuestras casas y despojarlas de los muebles que heredasteis de vuestros antepasados? Vivís de manera que pudiérais asegurar que nada poseéis, y aún tendríais a gran dicha el ser verdaderos propietarios de la mitad de vuestros bienes, de vuestros hijos y hasta de vuestra propia existencia. ¿De qué provendrá esta calamidad, este estrago, esta ruina? ¿Acaso de los enemigos? No por cierto: pero sí proviene del enemigo, de aquel Uno que vosotros engrandecéis, de aquel por quien os sacrificáis tan valerosamente en la guerra, ofreciendo vuestros pechos a la muerte para conservarle en su tiranía. Este poderoso que os avasalla, este tirano que os oprime, sólo tiene dos ojos, dos manos, un cuerpo, ni más ni menos que el, hombre más insignificante de vuestras ciudades. Si en algo os aventaja es en el poder que le habéis consentido de destruirnos. ¿De dónde adquiriera él tantos ojos para acecharos si vosotros no se los facilitaseis? ¿Cómo tuviera tantas manos para subyugaros si no las tomara de entre vosotros? ¿Con qué pies hoyara vuestras ciudades sino con los vuestros? ¿Cómo ejerciere el despotismo sobre vosotros sino mediante vosotros? ¿Cómo se atrevería a perseguiros sino estuviera de acuerdo con vosotros? ¿Qué mal pudiera haceros a no constituiros en encubridores de sus rapiñas, cómplices del asesino que os mata y traidores a vosotros mismos? Sembráis, y 61 recoge el fruto de vuestros sudores; adornáis las habitaciones, y él dispone de vuestros muebles; educais hijas honestas y tímidas, y 61 las sacrifica a su lujuria; alimentáis a vuestros hijos y 61 os los arrebata para llevárselos a sus guerras y conducirles al matadero después de haber servido a sus antojos y ejecutado sus venganzas: vosotros sufrís todo el peso del trabajo, y 61 a costa de vuestros afanes nada entre infames delicias y viles placeres; vosotros os debilitáis mientras él se robustece para mejor oprimiros. Y cuando para libraros de tanta infamia, que hasta los animales se avergonzaran de sufrirla a ser capaces de conocerla, os basta no solo con intentar libraros de él, sino con querer hacerlo ¿permaneceis no obstante indiferentes y fríos espectadores de vuestra deshonra? Resolveos a no ser esclavos y seréis libres. No se necesita para esto pulverizar el ídolo, será suficiente no querer adorarlo; el coloso se desploma y queda hecho pedazos por su propio peso, cuando la base en que se sostenía llega a faltarle.
Pero los médicos aconsejan no poner la mano -en heridas incurables; y no es obrar con acierto aconsejar a los pueblos la reivindicación de la libertad que consintieron perder y ya que no notan su mal, ello muestra de sobras que su enfermedad es mortal. Indaguemos no obstante cómo pudo el servilismo echar tan profundas raíces hasta el extremo de que incluso el amor por la libertad dejó de ser un sentimiento natural.
En primer lugar es indudable que a conservar los derechos y lecciones que recibimos de la naturaleza, seríamos naturalmente obedientes hacia nuestros padres, estaríamos sujetos a la razón, y no seríamos esclavos de nadie. De la obediencia que sin más advertencias se tiene hacia el padre y la madre todos los hombres la atestiguan. De si la razón nace o no con nosotros, cuestión más que suficientemente discutida por los académicos y ventilada por los filósofos, por mi parte no creo aventurar mi juicio asegurando que hay en nuestra alma cierta semilla natural de razón, que cultivada por el consejo y la costumbre produce la virtud, y que por otra parte muere ahogada cuando los vicios la invaden. Mas, en lo que todo el mundo conviene es en que la naturaleza, ministro de Dios y gobernadora de los hombres, a todos nos ha hecho iguales y al parecer con un mismo molde, como para darnos a entender de que todos somos compañeros o todos somos hermanos. Y si en el reparto desigual de las dotes, ya del espíritu, ya del cuerpo, no ha intentado abrir un campo de batalla y no envió aquí abajo a los más fuertes ni a los más astutos como facinerosos armados en un bosque que puedan disponer a su antojo de los más débiles, más bien parece que con la diferencia de fortunas y de fuerzas ha querido dar lugar a ejercer el amor fraternal, concediendo a unos la facultad de dar y a otros la necesidad de recibir. Y ya que la buena madre naturaleza nos ha dado a todos toda la tierra por morada, nos ha ofrecido un mismo alojamiento y nos ha vaciado en un mismo molde a fin de que cada particular se vea representado en la persona de su semejante; ya que nos ha concedido la excelente dádiva de la voz y de la palabra para mejor fraternizar y hacer mediante la común y recíproca declaración de nuestros pensamientos, una comunión de nuestras voluntades; ya que ha tratado de estrechar nuestra alianza inspirándonos inclinación a la sociedad, ya que todas las cosas manifiestan que no nos han hecho tanto para estar unidos como para ser unos, ¿dudaremos todavía de que todos somos naturalmente libres, siendo todos compañeros? No, el entendimiento humano se resiste a aceptar que la naturaleza pueda tolerar la esclavitud habiendo grabado tan profundamente en nuestros corazones el eterno principio de la igualdad.
Pero inútil es debatir si la Libertad es natural al hombre, cuando está probado que el estado de la esclavitud es un ultraje hecho a su naturaleza y a su amor propio. Lo que falta ahora es manifestar que, no tan solo estamos en absoluta posesión de nuestros derechos, sino que también se alimenta en nosotros una vehemente inclinación a defenderlos. Si dudamos de este axioma, si somos tan brutos que llegamos hasta el extremo de desconocer nuestras necias inclinaciones, fuerza me será trataros como os corresponde haciendoos tomar lecciones de las bestias, y aprender de ellas exactas doctrinas sobre vuestra naturaleza y condición. A no estar tan sordos los hombres, oirían que los animales por todas partes les gritan "Viva la libertad". Muchos de ellos mueren al punto que son cogidos; como el pez que pierde la vida tan pronto le falta el agua, asimismo los hay que perecen apenas sienten la oscuridad de su cautiverio y no quieren sobrevivir a la pérdida de su natural libertad. A tener los irracionales preeminencias y categorías, seguramente que en el goce de mayor libertad fundaran su primer título de nobleza. Una gran parte de ellos, grandes como pequeños, si quieren cogerlos, se resisten en cuanto alcanzan sus fuerzas, valiéndose de las unas, cuernos, picos y patas para manifestar cuán cara le es su independencia amenazada. Y cuando están ya cogidos, ¿qué señales tan evidentes no nos dan del dolor que sienten por sus desgracias? Ni los halagos ni la buena comida> ni cuantas ventajas pueden seducir al hombre son capaces de indemnizar a una simple avecilla de la pérdida de su amada libertad, cuyo lenguaje mudo pero elocuente, bien nos da a entender que prefiere antes la muerte que vivir oprimida; y que a partir de ahora más que vivir languidece mientras existe, continuamente se lamenta del bien que ha perdido, nunca se complace en la esclavitud. ¿Y qué otra cosa nos indica el elefante cuando viéndose próximo a ser presa del cazador, después de haberse defendido hasta más no poder, mete sus quijadas en el tronco de un árbol y arranca sus colmillos como para negociar con sus perseguidores y comprarles en cierto modo su libertad al precio del marfil que les cede a toda costa? Tenemos que domar el caballo desde que nace para acostumbrarle a estar subyugado; y por más que le acariciemos, siempre muerde el freno y se resiste a la espuela para manifestarnos en algún modo que su naturaleza repugna la esclavitud, y que si la sufre no es de su agrado, sino por el dominio que en él ejerce nuestra violencia. Cuan cierto es:
Que hasta los bueyes gimen bajo el yugo, y los pájaros se lamentan en la jaula.
De esto se deduce que todos los seres siente el peso de la sujeción y corren en pos de la libertad. Y puesto que hasta los animales destina- dos al servicio del hombre no pueden acostumbrarse a la esclavitud, antes bien declaran su deseo de sacudirla, ¿qué fatalidad pues ha podido desnaturalizar al hombre, único nacido para vivir libremente, hasta el punto de borrarle de la memoria la dignidad de su ser primitivo y el deseo de recobrarlo?
Tres clases hay de tiranos (hablo de los malos príncipes): unos adquieren-el poder por elección popular; otros por la fuerza de las armas, y los más por sucesión hereditaria. Los que lo adquirieron por el derecho de la guerra, arreglan su conducta según su carácter más o menos sanguinario, más o menos cruel, y obran, según suele decirse, como en país conquistado. Los que nacen reyes no son generalmente mejores, porque nacidos y alimentados en el seno de la tiranía, maman con la leche la naturaleza de tiranos y miran a los pueblos como un rebaño de ovejas que han heredado; y a tenor de su inclinación a la avaricia o a la disipación, disponen del reino como un particular de su patrimonio. El que es monarca por el pueblo, parece que debiera ser el más tolerable; e indudablemente lo fuera si al verse elevado por sobre los demás, alucinado por ese no sé qué que llaman "grandeza`, decide no moverse de ahí olvidando que todo lo debe a la voluntad de sus conciudadanos. Pero es cosa muy común a esta clase de tiranos mirar luego como una propiedad lo que únicamente recibieron por gracia de los pueblos; y deseando vincularla en su familia, se valen de una política astuta y falaz, abren la puerta a toda clase de vicios, de excesos, de crímenes y crueldades. Y para asegurar más y más su nueva tiranía no hallan mejor recurso que extender tanto la servidumbre y apartar tanto a sus súbditos de la libertad que, aunque esté fresco el recuerdo puedan hacérselo perder. Así, a decir verdad, advierto que hay entre ellos alguna diferencia pero no opción a hacer pues, siendo distintos los modos de tomar la riendas, casi siempre el modo de reinar es parecido. Los elegidos, tratan a los pueblos como a toros que deben domarse; los conquistadores, disponen de ellos como de una presa que les pertenece, y los herederos les reducen a la clase de esclavos naturales.
Si fuera posible que apareciesen algunas gentes completamente nuevas, ni acostumbradas a la sujeción ni cebadas en la libertad, y que ignorando hasta el nombre de estas dos calidades, se les propusiera ser esclavos o libres, ¿qué partido escogerían? Poca lógica es menester para no atinar que más bien preferirían obedecer a la sola razón antes que sujetarse a un hombre, a menos que fueran los israelitas que, sin motivo ni forzados, se dieron un tirano, Saúl, y cuya historia nunca leo sin experimentar un gran despecho que me llevaría casi a volverme inhumano y alegrarme de sus posteriores males. La violencia y el engaño son los medios que más comunmente suelen emplearse para entronizar la esclavitud, y seguramente que los hombres, mientras les queda algo de hombre, cuando se dejan avasallar no ceden a otras causas: a la violencia, como los Espartanos y Atenienses cuando se vieron obligados a rendirse a las armas de Alejandro, o como el Señorío de Atenas cuando mucho antes las facciones le hicieron caer en manos de Pisístrato: al engaño, por cuanto el pueblo es muy propenso a dejarse seducir, y con bastante frecuencia se engaña 61 a sí mismo. El pueblo de Siracusa, ciudad capital de la Sicilia, estrechado por las guerras, tratando únicamente de librarse del peligro, llamó a Dionisio el Viejo y le confió el mando de su ejército. Pródiga en tributarle honores y poder, no vió que al llegar victorioso y tratando como despojos no a sus enemigos, sino a sus generosos ciudadanos,, se constituirla de capitán a rey, y de rey a tirano. A penas puede creerse la facilidad con que el vasallo olvida el don de la libertad, su apatía el recobrarla y la naturalidad con que se sujeta a la esclavitud, que se diría que no ha perdido su libertad sino ganado su esclavitud. Es cierto que las primeras víctimas del despotismo lo sufren con violencia; pero los que nacen después de ellas, como no han disfrutado de la libertad, ni saben en qué consiste, sirven sin repugnancia y hacen de buena gana lo que sus pasados sólo hicieron a-la fuerza. Esto proviene de que naciendo los hombres bajo el yugo, crecen y se desarrollan con él, no miran más adelante y se complacen en vivir como han nacido, sin pensar en otro derecho ni otra felicidad que la que han encontrado, y llegando finalmente a persuadirse de que el estado de su nacimiento es el de su naturaleza. ¡Cosa extraña, cuando por otra parte no hay heredero por descuidado y pródigo que sea, que no examine alguna vez sus papeles para asegurarse de si disfruta de todos los derechos de su sucesión, o si una mano usurpadora le privó de algunos de ellos a si o a su antecesores! Pero tal es la fuerza de la costumbre, que ejerciendo un dominio irresistible sobre todos los actos de nuestra vida, parece que en ninguno ha puesto tanto . empeño como en enseñarnos a ser esclavos. Del modo que Mitrídates se acostumbró paulatinamente a beber el veneno, nos familiarizamos en tragar sin encontrar amargo el veneno de la esclavitud. No se puede negar que depende en gran parte de la naturaleza el nacer en un país libre o esclavo; más es preciso confesar que tiene menos poder sobre nosotros que la costumbre; un bien natural, por excelente que sea, degenera cuando no es bien dirigido, y los hábitos de nuestra juventud nos arrastran siempre a su antojo a pesar de la naturaleza. La semilla del bien que la naturaleza ha sembrado en nosotros son tan sutiles que las arrebata al menor huracán: no son tan susceptibles de conservarse como de corromperse, de arraigarse como de reducirse a la nada. Los hombres son ni más ni menos como los árboles frutales que conservan su naturaleza particular mientras les dejan crecer libres, pero que se adulteran y dan frutas extrañas en el momento que se injertan. La plantas y las hierbas tienen cada una su propiedad, su naturaleza y su singularidad; más no obstante, el hielo, el rigor de las estaciones, los terrenos, y el mayor o menor trabajo en su cultivo contribuyen a aumentar o disminuir su virtud. La planta trasplantada es apenas conocida. ¿Quién no admira a los Venecianos, un puñado de hombres, viviendo tan libres que el más ínfimo de ellos rehusaría ser rey? Educados sin más ambición que la de conservar su libertad, libres desde la cuna, todas las felicidades de la tierra no les compensarían de la pérdida de sus derechos. Si estas gentes se trasladasen a los dominios del que llamamos Gran Señor, al ver una porción de esclavos que sólo quieren haber nacido para servirle y que para mantenerlo sacrifican hasta su vida, ¿no pensarían habitar entre individuos de diferente naturaleza, o más bien que dejando una ciudad de hombres, se habrían trasladado a un coto de bestias? Cuéntase que Licurgo, legislador de Esparta, había criado dos perros nacidos de una misma madre y alimentados de una misma leche: el uno engordó en la cocina mientras que el otro corría por las selvas siguiendo el sonido de la corneta. Queriendo manifestar al pueblo de Lacedemonia que los hombres viven según fueron educados, puso ambos perros en medio de la plaza y colocó junto a ellos un plato de sopa y una liebre: el primero se arrojó sobre el plato, y el segundo acometió a la liebre: "¡Veis, les dice, y con todo son hermanos:" Así, con sus leyes y política supo ganar tan felizmente el espíritu de los Lacedemonios que cada uno de ellos hubiera sacrificado mil veces la vida antes que reconocer más señor que la Ley y la razón.
Referiré con placer un caso que conservaban perfectamente en su memoria los favoritos de Jerjes, poderoso monarca de los persas, con respecto a los Espartanos. Al tiempo que Jerjes disponía un formidable ejército para emprender la conquista de Grecia, envió embajadores a las ciudades griegas, pidiéndoles agua y tierras (por ser el estilo con que los persas solían intimar la rendición); pero se abstuvo de hacerlo con Esparta y Atenas, porque se acordaba de que, habiendo hecho su padre Darío igual intimación a los Atenienses y Espartanos, de sus enviados, los unos habían sido arrojados a los fosos y los otros precipitados en pozos, diciéndoles que tomaran allí el agua y la tierra que pedían en nombre de su soberano. Aquellos ciudadanos no podían sufrir que se atentase a su libertad en lo más mínimo, ni aún sólo de palabra. Algún tiempo después, repararon los Espartanos que con esta acción se habían atraído la indignación de los Dioses, especialmente de Taltibio, dios de los Heraldos. Para aplacarlos se apresuraron a enviar dos ciudadanos a discreción de Jerjes, en satisfacción de la muerte que sufrieron los embajadores de su padre. Dos espartanos, llamados el uno Esperto y el otro Bulis, se ofrecieron voluntariamente para este sacrificio. Marcharon, y al llegar al palacio de un sátrapa persa, que se llamaba Hydarnes, gobernador de todas las ciudades marítimas del Asia, fueron recibidos con particular obsequio. Después de haber tratado de varios asuntos, preguntándoles el gobernador porque rehusaban los griegos con tanto empeño la amistad del rey: "Espartanos, creedme, les dijo, y aprended en mí del modo con que sabe honrar el soberano a sus fieles servidores, y no dudéis que igual recompensa recibirán vuestros servicios; si fuérais hechuras de tan gran monarca cada uno de vosotros sería señor de una ciudad de Grecia". "Hydarnes, contestaron los Lacedemonios, agradecemos pero no aceptamos tus consejos; tú solo nos prometes el bien que has disfrutado pero no conoces todos los quilates del que nosotros poseemos; has gustado del favor del rey; pero, para saber en qué consiste nuestra dicha debieras haber gustado antes de las dulzuras de la Libertad. Si tu hubieras empezado por disfrutarla, nos aconsejarias tú mismo defenderla no solo con la lanza y el escudo, sino también con los dientes y uñas." El espartano dijo en esto lo que debía decir; pero seguramente que uno y otro hablaban según los principios que habían recibido: el persa no menos la libertad no habiéndola conocido, ni el lacedemonio avenirse con la servidumbre habiendo disfrutado de la libertad.
Catón de Utica, siendo aún niño de escuela, frecuentaba con intimidad la casa del dictador Sila, donde tenía entrada franca, tanto por el rango de su familia, como por los lazos de parentesco que le unían, acompañado por su preceptor, como era de costumbre. Observó que en presencia del mismo Sila y de orden suya, los unos eran encarcelados, sentenciados los otros; aquel desterrado, éste condenado a muerte; rodeado de infames delatores 'y de hombres viles; ya se pedía la confiscación de bienes, ya la cabeza de un ciudadano; en suma, el dictador era el tirano de su pueblo, y su palacio transformado de un alcázar de la Justicia, en una caverna de la tiranía. Indignado este noble niño a la vista de un espectáculo tan atroz, dice a su maestro: "Dame un puñal; lo ocultaré debajo de mi túnica, y como yo entro a cualquier hora en el aposento de Sila, miraré de sorprenderle antes que despierte; tengo el brazo lo bastante fuerte para librar de él la ciudad". Palabras verdaderamente propias de Catón, indicios de un héroe digno de la muerte que tuvo. Y aunque la historia no nos dijera ni su nombre, ni su país, con sólo referir este hecho, se conociera al instante que era romano, y romano nacido en Roma libre. ¿Porqué digo esto? No porque juzgue la naturaleza o el clima de un país tenga en ello la menor influencia, ya que en todos los pueblos y bajo cielos distintos, siempre es amarga la servidumbre y halagüeña la libertad, sino porque considero dignos de compasión y de disculpa aquellos que nacen con la cerviz inclinada bajo el yugo; porque como no han vislumbrado tan siquiera una sombra de la libertad, no se dan cuenta de los males que les acarrea la Se parecen a los Cimerianos de que habla Homero, cuyo país ilumina el sol por espacio de seis meses continuos, dejándoles la otra mitad del año envueltos en las tinieblas. ¿No es verdad que los que nacen durante aquella larga noche, si no oyeran hablar de la luz y no vieran el día, se familiarizarían de tal modo con las tinieblas que ni deseos tendrían de ver los rayos del sol? Nunca se echa de menos lo que no se ha gozado; la nostalgia viene después de los placeres; la aflicción acompaña al conocimiento del bien que se ha perdido, y el recuerdo de la alegría pasada es inseparable de la felicidad que se desea conservar. El hombre es naturalmente libre y quiere serlo, pero es tal su naturaleza que se amolda muy fácilmente a la educación que se le quiere dar.
Al modo que al hombre se le hace natural todo aquello que adquiere con la educación y la costumbre, también el primer impulso de la servidumbre voluntaria es constantemente un efecto del hábito que contrae la niñez; como, por ejemplo, los más briosos caballos, que si bien al principio tascan el freno, luego después juegan con él; y aquellos mismos caballos que dan coces apenas ven la silla, con el tiempo sufren con la mayor mansedumbre hasta la albarda. Apenas empieza el hombre a tener uso de razón dícenle que es vasallo de un soberano, que sus padres también lo son, y creen que han de aguantar el mal y lo confirman con varios ejemplos, y sobre todo con la autoridad de los siglos; como si un largo sufrimiento diera derecho para que Uno pueda tiranizar a sus semejantes. El tiempo no da jamás derecho a obrar mal, antes bien, aumenta el peso de la injuria. Hay no obstante algunas almas, bien que pocas, más privilegiadas que las otras, que notan el peso del yugo y procuran sacudirlo: semejantes a Ulises que buscaba por mar y tierra el humo de su hogar, no pueden renunciar ni a-su modo de pensar ni a sus privilegios naturales, sino recordar a sus antepasados,. y a su ser primitivo. Este conocimiento es reservado para aquellos, que dotados de un entendimiento claro y de un espíritu noble, no se contentan como el populacho mirando lo presente, sino que fijan la vista en lo pasado para juzgar de lo venidero, y medir su estado natural. Estos, además de tener la cabeza bien organizada, la han cultivado con el estudio de las ciencias, de manera que aún cuando llegara a perderse del todo la libertad, pensando en ella, sintiéndola en su alma, saboreándola, nunca pudieran avenirse con la esclavitud por más que la ataviaran.
Bien advirtió el Gran Turco que pueden más los libros y la instrucción que cualquier otra cosa para fomentar entre los hombres el sentido de reconocerse y el odio a la tiranía. Por esto no permite en sus estados otros sabios mas que aquellos que pueden lisonjear su despotismo. Por más que la libertad tenga muchos celosos partidarios no resulta de ello ningún efecto por la imposibilidad de conocerse y comunicarse las ideas: el tirano les priva de toda libertad, de obrar, de hablar y hasta de discurrir; sus pensamientos no pasan de ellos mismos. Momo no se burló aún lo bastante del hombre fabricado por Vulcano porque le faltaba una ventanilla en el corazón por donde pudieran descubrirse sus deseos. Se supone que Bruto y Casio, cuando resolvieron libertar a Roma, o más bien a todo el mundo, no contaron con Cicerón, celoso defensor de los derechos del pueblo, si lo fue,, persuadidos de que su corazón no era bastante fuerte para tan elevada empresa. No dudaron de su voluntad, pero desconfiaban de su labor. Cualquiera que medite sobre los tiempos pasados y los anales de la antigüedad, hallará muy pocos o ninguno de los que, habiéndose decidido a libertar a su país de la tiranía, no lo hayan conseguido si les ha guiado una recta intención; la misma Libertad les ayuda. Harmonio, Aristogitón, Trasíbulo, Bruto el viejo, Valerio y Dión lo ejecutaron con felicidad porque lo emprendieron con valor. Al hombre decidido nunca le falta la fortuna. Bruto el joven y Casio derribaron felizmente la servidumbre, pero el haber repuesto la libertad les hizo morir y no miserablemente; sería una calumnia el decir que hubo algo de miserable ni en su vida ni en su muerte. Efecto fue solo de la desgracia el que estos héroes se sepultaran entre las ruinas de la República. Las otras empresas que se ejecutaron posteriormente contra los emperadores romanos, no fueron más que conjuraciones de hombres ambiciosos por cuyos contratiempos no merecen. siquiera ser compadecidos: sus deseos se reducían a colocar la corona en otras sienes en lugar de romperla, a expulsar el tirano y conservar la tiranía. Sensible hubiese sido que a estos hombres les favoreciera la fortuna; su ejemplo puede ser de suma utilidad a los ambiciosos, para enseñarles que jamás debe abusarse del sagrado nombre de la Libertad para malignas empresas.
Mas, volviendo al asunto de que inadvertidamente me había separado, digo que la causa principal de constituirse los hombres voluntariamente esclavos, consiste en que nacen siervos y son educados como tales; y de ahí se origina otra consecuencia, a saber: que los hombres facilmente se vuelven, bajo los tiranos, afeminados y débiles; cuya verdad garantiza Hipócrates en su obra titulada: De las enfermedades. Este padre de la medicina tenía un corazón bien formado, y así lo manifestó a Artajerjes que le envió llamar con ofertas y presentes, contestándole francamente con las siguientes palabras: "Que su conciencia permitía hacer uso de su ciencia para curar a unos bárbaros que querían hacer perecer a los griegos y servir a quien pretendía avasallar a su patria". Esta respuesta se halla aún hoy día en sus obras, y es un documento que eterniza la bondad de su corazón y la grandeza de su índole. Ha pasado ya a ser un axioma que a la pérdida de la Libertad es consiguiente la del valor , y que el vasallo no conoce ni la alegría ni la serenidad en los combates. Precisados a marchar como atados frente al peligro, caminan como aturdidos, torpes y violentados; en su corazón no arde aquel fuego que enciende el amor a la Libertad; aquel entusiasmo que hace despreciar los riesgos y dan ganas de acceder al honor y la gloria con una bella muerte entre los compañeros. Los hombres libres se disputan la preferencia en pelear por el bien general, porque en él hallan vinculado el interés particular: todos quieren tener su parte, en la derrota como en la victoria. En cambio, los esclavos desconocen el valor guerrero; no tienen energía y su corazón pusilánime no es capaz de abrazar grandes empresas. Harto conocido es esto por los tiranos, quienes, prevaliéndose de la debilidad y abatimiento de sus súbditos, no perdonan ningún medio para acobardarlos y envilecerlos.
Jenofonte, historiador circunspecto y que ocupa el primer lugar entre los griegos, compuso un tratado en el cual introduce a Simónides hablando con Hierón, rey de Siracusa, sobre las miserias del tirano; obra llena de útiles y sólidas demostraciones y en la que sobresale cierta gracia particular. ¡Ojalá que los tiranos de todos los siglos la hubieran tenido presente y se la hubieran puesto ante los ojos como con un espejo! en la fealdad de sus pecas, hubieran reconocido el oprobio de su conducta. En este tratado describe Jenofonte los remordimientos que devoran a los tiranos que al perjudicar a todos; a todos deben temer. Entre otras cosas refiere que los reyes malos se valen comúnmente de tropas extranjeras y mercenarias, porque no se atreven a poner las armas en manos de aquellos a quienes han injuriado. (No han faltado empero, buenos reyes, que en ciertos casos se han valido de extranjeros asalariados para economizar la sangre de sus súbditos, afianzados en la máxima de que debe prodigarse el dinero con tal de conservar la vida de sus gobernados. Escipión el africano prefería salvar la vida a un solo ciudadano a derrotar cien enemigos). Más el tirano no cree asegurado su trono mientras tenga un solo súbdito de cuyas virtudes y valor pueda recelar. Y así con razón se le puede aplicar lo que Traso en Terencio echa en cara al conductor de los elefantes: "Por eso, tan valiente como fueras, te encargan el criado de las fieras".
A este maquiavélico recurso de embrutecer a sus súbditos apeló también Ciro contra los lidios, cuando se apoderó de Sardes su capital, rindió a Creso, su rico rey, y se lo llevó cautivo. Dijéronle un día que los sardenses se habían sublevado. Pronto quedaron sujetos, bajo su mano. Pero no queriendo recurrir al saqueo de tan bella ciudad, ni al mantenimiento de una guarnición numerosa; por medios menos violentos y más seguros consiguió esclavizarles. Estableció burdeles, abrió tabernas, ordenó juegos públicos y destinó premios a cuantos inventasen deleites nuevos. Estas medidas llenaror de tal manera las miras del tirano, que no tuvo ya necesidad de desenvainar otra vez la espada contra los lidios, quienes en muy poco tiempo se divirtieron inventando toda clase de juegos, hasta el punto que de la palabra Lidi sacaron Ludí los latinos, que equivale entre nosotros a la palabra pasatiempo, para recordar a la posteridad la antigua capital de los lidios. cierto que no todos los tiranos han declarado tan explícitamente como Ciro sus deseos de afeminar y pervertir a sus vasallos; pero también lo es que casi todos han recurrido siempre a tan maquiavélica táctica aunque no lo hayan declarada expresamente. En verdad, que esto es conocer el carácter del populacho, y por desgracia la clase más numerosa fácilmente sospecha de los que le aman, al paso que se entrega con la mayor sencillez al que le engaña. No es tan fácil el pájaro en dejarse coger por el reclamo, ni el pez en caer al anzuelo como lo es el pueblo en dejarse seducir; maravilla ver cuán pronto se dejan ir al menor halago que se les dispense. Teatros, juegos, farsas, espectáculos, gladiadores, animales extraños, medallas, cuadros, etc, fueron para los pueblos antiguos los incentivos de la esclavitud, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Alucinados los pueblos, cebados en pasatiempos frívolos y hechizados por vanos placeres, se acostumbraron paulatinamente a ser esclavos con mas facilidad pero peor, como los niños que aprenden a leer por el atractivo de las estampas que contiene el libro. Los tiranos de Roma apelaron también a otro recurso, cual fué multiplicar las decurias públicas, donde se entregaban a los excesos de la gula: el romano más prevenido no hubiera dejado su taza de sopa a cambio de la libertad de la república de Platón. En las frecuentes distribuciones de trigo, de vino y hasta de dinero, contestaba el pueblo con descompasados gritos de ¡Viva el Rey! ¡Imbéciles! No se daban cuenta de que con aquella falsa generosidad no hacían más que recobrar una mínima parte de lo suyo y que el tirano no se lo hubiera podido dar si antes no se lo hubiera usurpado. Hombre había que recibiendo hoy un sestercio y hartándose en los-festines públicos hasta más no poder, bendecía la generosidad de Tiberio y Nerón sin reparar que al día siguiente se vería en la dura precisión de abandonar sus bienes, sus hijas y hasta su propia sangre a la avaricia, a la lujuria y a la crueldad de aquellos soberbios emperadores, cuyos atentados sufría sin prorrumpir en la menor queja. El populacho siempre es el mismo: se entrega con pasión a los placeres que no puede disfrutar sin comprometer la dignidad de su ser, y es insensible al daño y al dolor que no puede soportar sin envilecerse. ¡Quién no se extremece todavía al oir el nombre de Nerón, monstruo feroz que se complacía en derramar la sangre de los hombres! Con todo, después de su muerte, tan abominable como su vida, el noble pueblo romano tuvo tal disgusto al acordarse de las fiestas y banquetes que perdía, que nada le hubiera costado vestirse de luto en prueba de su dolor. Así lo ha escrito Cornelio Tácito, autor grave y fidedigno si los hay; mas nada debe extrafiarse de un pueblo que practicó otro tanto en honor de Julio César, cuyo mérito tan solo consistía en una humanidad calculada y egoísta, bajo cuya sombra invadió las leyes y la libertad. Y en verdad que su venenosa dulzura fue más perjudicial y terrible para el pueblo romano que no lo hubiera sido la crueldad del mayor de los tiranos, porque con ella ocultó la amargura de la esclavitud. Mas a este pueblo le parecía gustar aún de sus banquetes y gozar de sus prodigalidades; así que se apresuraron arecoger sus cenizas y a levantarle una columna como padre de la Patria (así lo decía la inscripción); dispensándole los honores que a ningún hombre habría dado salvo a sus asesinos.
Tampoco olvidaron los emperadores romanos el apropiarse del título de Tribuno del pueblo, ya porque este cargo era mirado como santo y sagrado, ya porque se habla establecido en defensa y protección del pueblo; por este medio se aseguraban la confianza de los romanos, como si bastara con oir el nombre sin percibir los efectos.
No son menos perjudiciales hoy en día los que cometen toda clase de daños a la sombra de las frases lisonjeras de bien común y felicidad pública, halagando con ello al pueblo. A esto se llamarla engañar con finura, si pudiera haberla en donde domina el descaro. Los reyes asirios y medos raras veces se presentaban en público, formándose la idea de que no siendo vistos del populacho, llegaría éste a tenerlos por algo más de lo que eran; ocupando de este modo la imaginación del vulgo, que creía tanto más en cuanto la vista. no podía enjuiciar. Y as! es como tantas naciones que estuvieron bajo el dominio de los reyes de Asiria, se acostumbraron con este misterio a una servidumbre voluntaria, al no saber qué dueño tenían y averiguando dificilmente si realmente lo tenían; venerando todos con respeto sagrado a un soberano que nadie habla visto. Los primeros reyes de Egipto no se presentaban jamás en público sin llevar un ramo o una luz en la cabeza, enmascarándose as! y haciendo el payaso, y con la rareza de la cosa excitaban el respeto y la veneración de sus vasallos; ya que unas gentes menos ignorantes y serviles, no hubieran dejado de mirarlo como un pasatiempo digno tan solo de provocar la risa. Causa compasión, en verdad , oir hablar de cuantos arbitrios y ridiculeces se valieron los tiranos para consolidar su tiranía; valiéndose de tantos pequeños medios, sabiendo que trataban con unos pueblos tan ignorantes y estúpidos que, por mal que se les tendiera el cebo, caían en él, siendo más fácilmente engañado y sujetado cuanto más se burlaban de él.
¿Y qué diremos de otra patraña adoptada también por los pueblos antiguos como moneda corriente, cual fue el creer firmemente que el dedo pulgar de un pie de Pirro, rey de los epirotas, tenía la virtud de hacer milagros y en particular de sanar a los enfermos? Y aún para acreditar más el cuento fingieron que después de quemado el cadáver se habla encontrado el dedo ileso entre las cenizas, respetado de la voracidad de las llamas. Así es como el, pueblo estúpido cree con fe las mentiras que él mismo se ha forjado. Muchos autores lo afirman de un modo que salta a la vista que sólo han recogido los rumores de la calle. Al regresar Vespasiano de Asiria, y al pasar por Alejandría en dirección a Roma para tomar posesión del imperio, obró muchos prodigios, como enderezar cojos, dar vista a los ciegos y otras mil cosas que para ser creídas se necesitaba ser más ciego que los que suponían curados. Y hasta los mismos tiranos no han podido menos de admirarse de la facilidad con que los hombres podían soportar a un hombre que les perjudicara. Querían ampararse con la religión y, si era posible, tomar prestada alguna muestra de divinidad para el mantenimiento de su malvada vida. As!, Salmoneo está sufriendo los horrores del Averno, según la Sibila de Virgilio, por haberse burlado de la credulidad del vulgo queriendo representar la persona del padre de los dioses.
De Salmoneo ví la empresa brava; De fogosos caballos sostenido, Los honores divinos usurpaba Y ser del rayo autor finge atrevido: El trueno y vientos imitar pensaba, Y de horroroso estruendo precedido Con el fuego terror diseminaba, De las Ciudades griegas fué temido. Mas de una nube el Padre omnipotente Un rayo le arrojó, y en el Averno Hundióse carro y dios, y el imprudente Sufre amargo dolor y llanto eterno.
Burlóse de los pueblos, y al momento.
A la burla siguió fiero tormento. (2)
Si éste es el castigo fulminado contra el estúpido que abusó de la credulidad pública ¿cuál deberá ser la suerte de aquéllos que han abusado de la religión para autorizar sus embustes
Asimismo, los reyes de Francia inventaron los sapos, flores de lis, la ampolla y el oriflama. Por mi parte, no dudo que ha habido monarcas buenos en la paz y esforzados en la guerra que, aunque nacidos reyes, no parecen hechos por la naturaleza como los demás, sino escogidos antes de nacer por el Todopoderoso para el gobierno y conservación de este reino. Tampoco pondré en duda la verdad de nuestras historias, para no defraudar a la poesía francesa, hoy no sólo mejorada sino como renacida gracias a Ronsard, Baif, Du Bellay, que tanto han hecho avanzar el idioma, que espero que pronto los griegos y latinos nos superarán tan sólo en antigüedad Y perjudicaría ciertamente a nuestra rima quitándoles ahora esos bellos cuentos del rey Clodoveo en los que con tanta gracia se inspira nuestro Ronsard en su Franciada; presiento su alcance, conozco su agudeza y sé su gracia; tratará del oriflama como los romanos de sus "escudos caídos del cielo" que decía Virgilio, de nuestra ampolla como los atenienses del cesto de Erisícton; de nuestras armas como ellos de su olivo que aún dicen mantener en la torre de Minerva. Sería ciertamente temerario desmentir nuestros libros y pisar el terreno a nuestros poetas. Pero volviendo a nuestro tema ¿olvidaremos que casi siempre los tiranos se han esforzado en inclinar al pueblo a la obediencia y a la servidumbre e incluso a la falsa devoción? Este sistema que enseña a la gente a someterse de grado, apenas sirve a los tiranos, salvo para el populacho. Llego ahora a un punto que es, a mi parecer el principal secreto y resorte de la dominación, el más grande apoyo y fundamento de la tiranía. El que cree que las alabardas y los esbirros salvan a los tiranos, en mi concepto se equivoca grandemente; se sirven de ello más bien como formalidad y espantajo que por la confianza que tengan en ellos. Los arqueros podrán impedir la entrada de los palacios a los inexpertos y pusilánimes; pero no la impedirán a los que saben abrirse paso por en medio de las armas. Más emperadores romanos fueron víctimas de sus mismos guardias que salvados por ellos; las masas armadas son las menos a propósito para defender un tirano. A primera vista parecerá esto casi increíble pero así sucede en realidad. Cinco o seis son a lo más los que conservan al tirano en su poder y al país en esclavitud; adulan al primero y le allanan el camino de las crueldades; le acompañan en sus placeres,. le facilitan los medios de saciar sus licenciosos apetitos y participan de sus rapiñas. Y estos tales dominan de tal modo a su jefe, que le obligan a autorizar hasta sus propias maldades. Como les es fácil hacerse prosélitos, buscan a quinientos o seiscientos que imiten en ellos la misma táctica que observan en su soberano. Estos seiscientos tienen bajo sus órdenes a más de seis mil ahijados, que colocados en los destinos superiores de las provincias, o en la administración de los fondos públicos se dan la mano para su codicia y crueldad; excitándoles al propio tiempo a que hagan todo el mal que puedan, a fin de que se comprometan en tales términos que no les sea posible medrar sino bajo su sombra, ni evadirse de la justicia sino recurriendo a la protección de sus favorecedores. El que pretenda desenvolver esta madeja, verá que seis mil, y aún cien mil y millones, concurren de acuerdo, formando una cadena ininterrumpida que da fuerza al tirano, el cual les arrastra en pos de sí como Júpiter a los demás dioses, según la pintura de Homero. De aquí tomó origen el aumento del poder del Senado bajo el imperio de Julio César, el establecimiento de nuevos destinos y el nombramiento de empleados, no con el objeto de reformar la administración de la Justicia, sino para robustecer la tiranía. En suma, los favores y beneficios que prodigan los tiranos se dirigen únicamente a aumentar el número de quienes consideran provechosa la tiranía, en términos que pueda rivalizar con el de los amantes de la Libertad. Del mismo modo que en el cuerpo humano, dicen los médicos que si se forma un tumor se reúnen en él los humores venenosos y lo entumecen, del mismo modo en el cuerpo político, cuando un rey se erige en tirano, toda la hez del pueblo y aún aquellos que son incapaces de distinguir el bien del mal, se les reúnen; y no digo un puñado de ladronzuelos que poco mal o bien pueden hacer en un país, sino los ambiciosos y avaros que se amalgaman alrededor de él y le sostienen para participar del botín y constituirse ellos mismos en tiranos subalternos. En esto imitan a las cuadrillas de ladrones y piratas: los unos van a la descubierta del país mientras que los otros persiguen a los viajeros; los unos esperan emboscados mientras que los otros están al acecho; los unos matan, los otros despojan cuanto se les presenta; y aunque entre ellos hay también preeminencias y unos son jefes y otros subordina subordinados, con todo no queda nadie sin participar del botín o por lo menos del reparto. Refiérese que los piratas cilicianos, no sólo se juntaron en tan gran número que fue menester enviar contra ellos a Pompeyo el Grande, sino que consiguieron contraer alianzas con poderosas ciudades en cuyos puertos pudieran guarecerse al regreso de sus correrías, protección con hacerlas partícipes del fruto de sus piraterías.
Así el tirano sojuzga a unos súbditos por medio de otros y está custodiado por aquellos de quienes más debería preservarse si algo valiesen; pero es antiguo refrán que para partir leña se necesitan cuñas de madera. He aquí lo que son los arqueros, los guardias y los alabarderos. No que ellos mismos no sufran a veces con los furores del tirano. Perol abandonados de Dios y de los hombres, saben soportar vilmente los ataques, con tal de poder vengarse no contra el opresor común sino contra los desvalidos que están condenados a sufrir el yugo como ellos y ya no pueden más. No sé si admirar más su maldad o su sandez; porque a decir verdad el acercarse al tirano es apartarse de la libertad natural, y por así decirlo, abrazar voluntariamente y con ahínco la esclavitud. Prescindan por un momento de su ambición, descártense de su avaricia, contémplense así mismos, y verán mal que les pese, que los labradores y los aldeanos a quienes tratan como galeotes o esclavos, a pesar de ser tan mal tratados, son incomparablemente más felices, porque son más libres. El campesino o el artesano, por avasallados que estén, viven tranquilos cumpliendo con aquello que se les manda; pero no sucede así con los que rodean y sirven a un tirano; su felicidad no consiste en otra cosa que en mendigar sus favores. Y no basta que cumplan con lo que les prescribe su ídolo: tienen que pensar como él quiere y a menudo, para satisfacerle, anticiparse a sus deseos. No contentándose con ser obedecido y complacido, exige además el tirano 1 que sus favoritos se atormenten mutuamente; que encorven su existencia al peso de sus negocios; que se complazcan en lo que a él le place, que les sacrifiquen sus despojen hasta de sus afectos naturales. Exige que atiendan sin distracción sus palabras, su voz, sus signos y sus ojos; que no tengan ni vista, ni pies, ni manos; que se hallen siempre dispuestos a escudriñar su voluntad y a adivinar sus pensamientos. ¿Y esto es ser feliz? ¿A esto se le llama vivir? ¿Hay en el mundo una cosa más insoportable, no digo precisamente para un hombre de mediano saber, sino hasta para cualquiera que conserve un ápice de sentido común o de apariencia de razón? ¿Puede darse condición más miserable que no poseer cosa propia, dependiendo únicamente del capricho de otro la conservación, la libertad y aún la vida?
Pero prefieren servir para acumular tesoros, como si les fuera permitido adquirir nada para sí, cuando no pueden decir que sean dueños de sí mismos; como si nadie pudiera tener nada propio bajo un tirano. Pretenden apropiarse bienes, sin acordarse que ellos mismos prestan la fuerza al déspota que lo arrebata todo a todos, sin dejar nada que pueda decirse que sea de nadie. No consideran que aquel mismo fruto de sus usurpaciones es el aliciente más peligroso para que un día ejerza el tirano con ellos su natural fiereza, y que el tener algo es un crimen digno de muerte para aquel a cuyas pasiones no bastan todas las riquezas a saciarlas, para quien siempre ataca con preferencia a los ricos, y se le presentan como el cordero a su matador con una gordura que es aún objeto de su regocijo. Esos favoritos no deberían acordarse tanto de aquellos que adquirieron muchos bienes sirviendo a los tiranos, sino de los que, perdieron en un momento todas sus riquezas y aún la vida. No deben mirar como tantos adquirieron sus bienes, sino cuán pocos los que han sabido conservar. Léanse las historias antiguas y modernas y se verá el sinnúmero de infelices que, habiéndose proporcionado por medios infames el valimiento de los príncipes y cooperado en sus maldades, 0 abusado de su negligencia, han sido después aniquilados por ellos mismos; quienes fueron tan inconstantes en conservarlos como débiles se habían manifestado en elevarlos. Pocos son los validos, por no decir ninguno, que, después de haber sostenido el despotismo de los reyes, no hayan experimentado más tarde en ellos mismos los efectos de la crueldad que muchas veces habían excitado contra los demás; enriquecidos la mayor parte a la sombra de su favor y con despojos ajenos, a su vez han sido también despojados del fruto de sus rapiñas para enriquecer a nuevos favoritos.
Aún los que son hombres de bien, si alguno puede haber entre los cortesanos de un tirano, por más que disfruten de su favor, por más que reluzca en ellos la virtud y la entereza, que hasta a los más malvados les inspira respeto en viéndola de cerca; pero como digo los hombres de bien poco pueden durar, han de darse cuenta del mal común y experimentar en ellos la tiranía. Séneca, Burrus y Trázeas, tres hombres igualmente virtuosos que por una fatalidad de su estrella llegaron al manejo de los negocios públicos y a merecer la confianza de un tirano, estimados por él y afiadiendo que uno de ellos le había cuidado en su infancia, los tres son suficiente, testimonios, por su muerte cruel, de cuán poco hay que fiar en el favor de los malos príncipes. Y en verdad, ¿qué amistad hay que esperar de un corazón duro, que aborrece a su reino que a ciegas le obedece, y que por no saber hacerse amar, se empobrece y destruye a sí mismo?
Y si hay quien diga que Séneca, Burrus y Trázeas sufrieron tan dura suerte por no haber abandonado el camino de la virtud, que tienda la vista alrededor de los satélites de Nerón y verá que los favoritos cebados en la maldad tampoco duraron más. ¿Qué diremos pues de un afecto tan precario y de una amistad tan mal correspondida? ¿Qué hombre hubo más enamorado de su mujer que Nerón lo fue de Popea? Y no obstante la envenenó por su propia mano. Su madre Agripina había dado muerte a su marido Claudio a fin de que su hijo pudiera más pronto sustituirle ni reparó en crímenes ni en arrostrar las mayores dificultades; y con todo, este mismo hijo a quien había criado y elevado al trono, le quitó la vida, tras varias tentativas. Y aunque no hubo nadie que desaprobara tan justo castigo, sin embargo, excitó un horror general el saber que la cuchilla había sido descargada por su propio hijo emperador, por quien tanto había hecho. ¿Qué modelo pude presentarnos la antigüedad de un hombre más dócil, más sencillo, o por decirlo mejor, más bobo que el emperador Claudio? Ardía de amor por su mujer Mesalina, y no por eso dejó de entregarla a manos del verdugo. La ingenuidad sería el atributo de los tiranos si ésta consistiera en no saber hacer ningún bien. Ni sé cómo, en fin, para aplicar la crueldad, hasta hacia quienes les son próximos, por poco ánimo que tengan, éste se les desvela. Harto sabida es la expresión de Calígula, que contemplando un día el cuello desnudo de su mujer, a quien amaba entrañablemente, le dirigió estas palabras: "Tan hermoso cuello sería al momento cortado con sólo yo mandarlo". He aquí porque la mayor parte de los tiranos antiguos fueron asesinados por sus mismos favoritos, quienes conociendo la naturaleza de la tiranía, desconfiaban de la voluntad y del poder del tirano. Domiciano murió a manos de Stephanus; Cómodo fué asesinado por una de sus queridas; Antonino Caracalla por Macrin; y así sucesivamente casi todos los demás.
Tan cierto es que el tirano no estima ni es estimado. La amistad, este sentimiento sublime, cuyas dulzuras tan sólo conocen los hombres de bien, no se sostiene sino por el amor mutuo, y se alimenta no tanto con beneficios como por una recíproca correspondencia. La convicción que se tiene de la fidelidad de un amigo es el verdadero y sólo vínculo de la amistad: un bello natural, el desprendimiento y la constancia son sus fieles compañeros. La amistad jamás se hermana ni con la crueldad, ni con la deslealtad, ni con la injusticia; pues cuando los hombres malos se reúnen forman más bien un complot que una sociedad. No se sostienen entre sí sino-que se temen; no son amigos, sino cómplices.
Pero, aún cuando no mediaran estos inconvenientes, siempre será sumamente difícil el hallar amor seguro de un tirano. Elevado sobre la esfera de los demás y no teniendo compañeros, se encuentra ya más allá de los límites de la amistad cuya sede está en la igualdad. Por esto es que entre los ladrones reina la mejor armonía cuando tratan de repartirse el botín, porque todos se consideran iguales y compañeros, aunque no se amen y más bien se miren con cierta prevención, aunque no quieran aminorar su fuerza al desunirse. Pero los favoritos no pueden jamás estar seguros de la buena fe de un tirano, siempre superior a ellos, que desconoce derechos y deberes, que no tiene más ley que su capricho, y ningún compañero por ser dueño de todos. ¿Y no son dignos de compasión aquellos hombres, que a la vista de tantos ejemplos y peligros amenazantes no saben escarmentar en cabeza ajena? Entre tantos como rodean el solio de los tiranos no hay uno solo que tenga la previsión y el valor de decirles lo que, según la fábula dijo el zorro al león, que se fingía enfermo: "Mucho gusto tendría en visitar tu cueva; pero entre las muchas huellas de animales que se dirigen hacia allá, no he visto hasta ahora ninguna que indique haber salido de ella para regresar hacia su casa."
Estos miserables ven brillar los tesoros del tirano; recaban alucinados los rayos de su amistad, y deslumbrados con su resplandor, se acercan y se arrojaran a la llama que no puede dejar de consumirles. Así el sátiro indiscreto según la fábula, viendo relucir el fuego hallado por el sabio Prometeo, le pareció tan hermoso que fue a besarlo y se quemó. Así, la mariposa, que deseosa de gozar de algún placer se arroja al fuego por lo que reluce, y experimenta otra virtud: que quema, dice el poeta Lucano. Pero demos que los favoritos a fuerza de intrigas consigan librarse de las manos de su dueño: ¿podrán acaso sustraerse a las de su sucesor? Si éste es bueno, es regular que les exija estrecha cuenta de sus operaciones y manejos; si es malo y semejante a su predecesor, tendrá también sus favoritos que contentar, quienes no se satisfacen de sólo ocupar los primeros puestos, sino que también aspiran a los bienes y vidas de los que derribaron. ¿Y es posible que a pesar de tantos peligros y de tanta inseguridad, haya quien quiera servir a unos amos tan ingratos? ¡Oh Dios! ¿Puede darse mayor molestia y martirio que pasar día y noche discurriendo diferentes modos de agradar a un hombre a quien se teme más que al resto del mundo? Tener que estar siempre ojo alerta y atento el oído, para examinar por donde le vendrá el golpe que le amenaza, para descubrir los lazos que le rodean, para observar el semblante de sus compañeros; advertir quien le hace traición, sonreír a todos y temer a todos; no tener enemigos declarados que combatir ni amigos seguros con que contar; ocultando siempre, bajo un rostro risueño, un corazón apesadumbrado; sin nunca poder presentarse jovial ni tampoco estar triste. ¿Y cuál es el premio que debe esperar de una existencia tan azarosa y miserable? Hastiados los pueblos del mal que les agobia no acusan al tirano sino a sus consejeros. Que todo el mundo, desde los campesinos hasta el populacho, se complazca en publicar sus nombres, en detallar y exagerar sus vicios, y en prodigarles mil ultrajes, vilipendios y maldiciones. Todas las súplicas, todos los votos van dirigidos contra ellos; no hay desgracia, peste o hambre que no les sea atribuida; y si en ocasiones les fingen honores, los corazones del pueblo repugnan aquellas demostraciones, pues en aquel mismo instante son maldecidos y detestados como bestias feroces. He aquí toda la gloria y todo el honor que reciben de servir a un hombre que no pudiera compensar tantos trabajos e incomodidades, aún cuando cediese a sus privados una parte de su cuerpo. Mueren por fín, y las generaciones se apresuran a trasladar a la posteridad el nombre de estos Traga-pueblos ennegrecido con la tinta de mil plumas; volúmenes sin cuento destrozar su reputación; y hasta sus huesos, así decirlo corren por el fango de la por asi y posteridad, castigando tras su muerte su malvada vida.
Aprendamos pues, por fin, aprendamos a obrar bien; alcemos los ojos al cielo, ya sea por nuestro propio honor o por amor a la virtud, dirigiéndonos siempre al Todo-poderoso, testigo fiel de nuestras acciones y juez inexorable de nuestras faltas. No creo equivocarme si aseguro que no hay una cosa tan opuesta a Dios, todo liberal y pío, como la tiranía, y que su severa justicia tiene reservado en los abismos un castigo particular para los tiranos y sus cómplices.
FIN
(1) Iliad. Lib. II, vs. 204, 205
(2) Virgilio, Eneid. I, vs. 585 y sg.