14.4.09

Piedras

Vuelco en mí todos mis anhelos de sencilla felicidad,
como un niño deposita su alma en amistosas mascotas.
Estas lejos, pero tu recuerdo sigue atado a mi espalda,
como las mochilas que teníamos cuando nos encontramos,
en caminos empedrados y cargados de misteriosos deseos.
En mares bravíos, sumergidos en pánicos y angustias,
nadamos hacia esa roca solitaria que flota en el océano.
Todavía la veo lejana, pero tu mano, ausente,
me toca a cada instante, dándome fuerzas inusitadas,
con el solo afán de darme bríos para seguir respirando.
Sí, somos algo más que dos seres perdidos en el mar,
somos ángeles caídos que sucumben segundo tras segundo,
sin poder alcanzar la redención final.
Sos la piedra en el camino, la piedra que rompe todos,
todos los cristales de la ilusión.
La piedra que mata las alimañas.
La piedra que me fulmina y me resucita al mismo tiempo.
Sos la piedra que destroza mi corazón de roca.
Sos la piedra que me destroza.

Salvame

Salvame, y serás el reino donde posaré mi cansada alma.
Ven, y no habrá ninguna divinidad en mi caída.
Salvame, y vuélveme a rescatar de fangosos terrenos,
en los cuales todavía sigo enterrado.
Susurra a mis oídos canciones que yo solo entienda,
y los sonetos tormentosos se marchitarán dentro mío.
Sublévate, y seremos rebelde en el caos.
Ríndete, que yo te devolveré las armas para el combate final.
Ven, y nos iremos a la isla donde brilla el sol.
Salvame, y seremos reyes de nosotros mismos.

4.10.08

Jardines en el desierto

La soledad, de alguna manera, fue, es y será mi única compañera perpetua en mi racondo por este desierto llamado vida. Me une a ella una relación de amor y de odio. Amor cuando mis congéneres se unen para lastimarme y aparece ella con todas sus canciones profundas. Odio cuando esta misma soledad se entromete en mi alma, alejándome de todos aquellos que valen la pena.
Escapo de aquí como un animal herido que busca un clima más sano para que cicatrizen sus heridas, antes de que gangrenen por las risas hirientes de los criminales de la inmovilidad. Los miro una y otra vez, estancados en aguas putrefactas, y chapoteando alegres sin imaginar que el hedor de las ciénagas corrompe sus almas de tal manera que, sin conformarse con ello, tratan de arrastrarme en su delirio de cloacas abiertas. Es en instantes así que me siento orgulloso de no ser así, a pesar de llevar tanto dolor en esta mochila de recuerdos distantes pero todavía urticantes.
Escapo de aquí, con la soledad a mi lado como mi sombra. ¿Qué pequeños proyectos tendrán ellas dos para mí? Llevo todo lo indispensable para viajar un largo rato, sin ansias de volver algun día. En la oscuridad de la noche, como los delincuentes, sin hacer ningún ruido, me calzo la mochila en la espalda, miro a mi hermano menor de reojo, que duerme plácidamente, sin siquiera soñar en mi partida. Abro la puerta de la habitación, y no veo más que el pasillo principal oscuro. Toda una metafora. Pareciera que naciera de nuevo, pues camino despacio pero seguro por ese túnel oscuro, y siento ganas de llorar y gritar por todo lo que dejo atrás, conocido y vivido, pero hubiera deseado llorar más por la incertidumbre del mañana. Sigo a paso lento hacia la puerta de salida, con un nudo en la garganta. Sigilosamente, doy dos vueltas a la llave, y abro despacio la puerta. Me saco la mochila y la pongo en la vereda, para después poder pasar yo. Cruzo el umbral de la puerta, doy la vuelta, y delicadamente la cierro para no hacer ruido, y no despertar el escándalo. Vuelvo a ponerme la mochila, y camino hacia la ruta, mirando las estrellas de vez en cuando y llamando infructuosamente a los gatos noctámbulos que hacen de las suyas, con la complicidad de la noche. En el trayecto, no hago más que pensar en la esperanza de aminorar el dolor, y en mi cabeza, todavía suena esa canción de Cat Power. Las estrellas de la noche me convertian en polvo...

Sentado

Concibo mi existencia como una suma de incertezas, de dudas calamitosas que me hunden en pantanos hediondos, de los cuales casi no puedo salir. Y los pantanos están llenos de alimañas de malignas intenciones. Sigo aquí, sentado, viendo como las bestias se acercan de nuevo hacia mí, después de tanto tiempo pensando en que habían sido tragadas por los pantanos del pasado. Parece que todo tiene un retorno en esta vida; tiemblo ante la posibilidad de la repetición; tiemblo ante los sacerdotes de la estática. Veo como las alimañas se rien de mí nuevamente, sin saciarse de un pasado triunfante. Para ellas todo es presente, ese mismo presente que vuelve con una nueva faceta, pero con la misma alma podrida del pasado. No queda otra salida, parece, que me saque de las putrefactas aguas. Pero huelo vino, y un aroma parecido a sahumerio. Desaparece el olor de cadáveres muertos, y mi olfato se purifica con ese suave pero sublime olor a pan casero...siento los aromas de una casa en el desierto. Cierro los ojos un instante, y no hago más que aparecer sentado en posición de loto. A mi alrededor están todos esos seres, camaradas y amigos, que no hacen más que secar mis pantanos. Tomamos vino con tranquila alegría, hablando un idioma extraño pero que yo entiendo como si fuese natural de todos aquellos que estuvimos en el pantano, y logramos salir de él. Y siento un abrazo que nace desde mi espalda y desemboca en mi pecho, y una voz femenina que me dice, bien al oído, apenas rozándome la oreja con sus labios : -No te asustes, soy Sofía...

21.8.07

Check the meaning (Richard Ashcroft)

Cuando estoy bajo de ánimo, y soy débil, y me siento perdido,
no sé en quién puedo confiar.
Paranoia, el destructor empieza a llamar a mi puerta.
Tú sabes que el dolor se convierte en días, se vuelve noches,
pero finalmente amaina.
Y cuando esto sucede,
me levanto, respiro y me pregunto qué voy a encontrar.
¿Puedes escuchar lo que digo?
Tengo mi mente ocupada en el amor.
¿Sientes lo que digo?
Ahora estoy pensando en el amor.

Demasiada sangre,
demasiado dolor,
apaga el equipo,
tiene que haber algo más.
Cuando Mahoma, Alá, Buda, Jesucristo están tocando a mi puerta.
Soy un agnóstico llegando a Dios,
pero, amigo, él toma forma de mujer.
No hay tiempo, no hay espacio ni ley.
Estamos solos aquí abajo.
Supongo que es la vida,
haciendo su camino.
Haciéndote llorar,
haciéndote pensar.
Sí, la vida. dando cartas.
Haciéndote llorar porque tú no entiendes nada,
haciéndose pensar en el dolor,
haciéndote llorar y cantar, sí, la vida.

8.8.07

Cusco y Machu Picchu: historia de una batalla mas contra la Corporacion Gringa ( Parte 1)

Cusco era la meta que tenía en mi mente cuando creí que mi estadía en Bolivia ya había terminado. De Copacabana, ese viernes a la manana, salí hacia la frontera con Perú, muy cerca de la ciudad boliviana. Con las migraciones de ambos paises no tuve ningún problema, pasé rapido y sin mayores inconvenientes. A Yunguyo, primera ciudad del lado peruano, llegué caminando, ya que estaba a cinco kilometros de la frontera. De ese lugar me tomé un colectivo que salía para Puno, ciudad importante pegada al Lago Titicaca, cerca de las islas flotantes de los Uros. Como no estaba en mis planes una posible visita a esa tribu antigua que sobrevivió gracias a la peculiaridad de sus casas, que son islas flotantes hechas con juncos que crecen en el lago, mi estadía en Puno era solamente de unos minutos, y más que nada en la terminal, para esperar que salga mi bus para Cusco, la mismisima Meca del mochilero latinoamericano. Me esperaba un viaje de unas 7 o 8 horas, ambientadas con la terrible musica peruana, y cuando digo terrible es literal, no es una expresion figurada. Hay ciertas canciones que parecen salidas de algun disco grabado en China durante la Revolución Cultural, pero son bien peruanas, en particular de la región cusquena. Obviamente, de visitante, ese comentario se calla frente a la gente local pero se comenta con una marcada indignación frente a otros extranjeros. Nadie hasta el momento me ha contradicho.





Dejando de lado mi interpretación sobre la calidad de la musica peruana tradicional, mi viaje a través del sur de Perú aconteció sin demasiados problemas. Pero la ansiedad por llegar a Cusco hacia que los minutos pasasen mas lentamente a medida que la película china que estaban pasando en el bus se estaba haciendo cada vez mas insoportable. Para colmo, despues de esa película pasaron una obra maestra del cine universal...una pelicula de un chancho que hablaba con seres humanos. Todo un reto para el intelecto. Cerca de las 8:30 horas de Perú, el cosquilleo apareció cuando me dijeron que estabamos llegando al ombligo del mundo, al mismisimo Cusco. Mi única información que tenía sobre estadia en esa mitica ciudad era muy confusa. El hostel que me habian recomendado, no se cuando, donde y quienes, estaba en algún lado de la calle Procuradores, una peatonal muy cercana a la Plaza de Armas. Mientras buscaba con la mirada algun hostel con el nombre del hostel, ya que no me lo acordaba, me di cuenta que el mochilero en esa ciudad es un billete ambulante, y mucho mas valioso si tiene el color verde del dólar gringo, tan buscado por los operadores turísticos de la ciudad y por los comerciantes. Un ejército de empleados de restaurantes de esa calle me mostraban sus menúes y me contaban de sus virtudes culinarias en ingleés. Para ratificar mi condición de no gringo, simplemente decia no gracias. Habré estado 5 minutos vagando por esa calle buscando ese hostel, hasta que pegado a una tienda de ropa vi un cartel, un simple cartel que decía hospedaje. Sin dudarlo, me metí por un pasillo, pregunté por donde estaba ese hospedaje en un patio interno, compartido por la gente de la tienda, un restaurante de comida mexicana, y no sé que otra cosa mas. Hablé con la gente del hostel, me convencieron con sus 12 soles de tarifa y ahí nomás deje mis mochilas y salí de nuevo a la calle para deleitarme con la ciudad en sus horas nocturnas. Sentimientos encontrados experimenté durante varios paseos por la ciudad. La belleza de la ciudad a veces parece opacada por el excesivo merchandising turístico que es la norma del lugar, y mucho más en las calles aledanas a la Plaza de Armas. Como ya dije anteriormente, una simple apariencia de gringo adinerado hace que un ejército de mercaderes este acechándote a cada momento, ofreciendote drogas, masajes, menúes de restaurantes, todo lo que puedas imaginar.





Algo me decía que mi primera noche cusquena no iba a ser tranquila. Miles de comentarios sobre la alocada vida nocturna que se disfruta en esa ciudad generaban en mí ansias de entrar a un bar o disco y pasar toda la noche ahí. Después de comer, mi única preocupación de la noche pasaba a ser donde se ubicaría el lugar donde iba de joda, y ni me importaba estar solo y recién llegado. Lo que voy a comentar a continuación va a ser bastante vergonzoso para mí, pero muy sorprendente a la vez por qué lo hice en otro país. El bar donde acontece todo esto se llama Excess, y ese nombre me tendría que haber dado un augurio de lo que iba a ser esa primera noche en Cusco. No hice más que entrar a ese bar y me encontré con un tucumano con el cual había intercambiado unas palabras en una hamburguesería. Todo empezó muy temprano, la gente recién empezaba a llegar, seguramente era medianoche cuando arranqué a tomar unas cervezas con el tucumano. Nuestra única duda era si íbamos a tomar alguna jarrita de ron con cola o cuba libre. Una vez que arrancamos con ese fatídico trago, creo que se encendió un motor dentro mío y, como motor, cada vez me pedía mas nafta. No sé cuanto habré tomado esa noche, con cuantas gringas caretas habré hablado o chamuyado, ni de donde saqué la cara para bailar. Esa noche fue terrible, pero mucho más terrible fue cuando una fucking inglesa o anglosajona me convidó un trago muy dulce, y eso me dió vuelta como un panqueque. No me acuerdo en qué momento salí del bar, ni como hice para ir a mi hostel y llegar con vida / menos mal que estaba a una cuadra). Lo único que sé de las cosas que me sucedieron cuando estaba inconciente por el pedo que tenía, y por qué me contaron, es que me había caído en la puerta de entrada del hostel, y decir que estaba el encargado, Roberto, si no esa noche dormía afuera o destrozaba la puerta a patadas. Pero de lo que sí me acuerdo, una vez arriba, es qué no podía abrir la puerta de mi habitación con la llave. Pero lo peor pasó en el baño. No voy a dar muchos detalles de lo que pasó ahí, ya deben suponer qué estaba haciendo teniendo en cuenta mi morbosa borrachera. Entre los vapores del alcohol subidos a mi cabeza y la sensación de que me estaba muriendo de a poco, me di cuenta de qué en el inodoro no había agua. En un intricado ejercicio de reflexión lógica severamente influido por el alcohol, deducí qué el problema estaba en el inodoro. Levanté la tapa de la mochila del inodoro, pero mis manos estaban resbalosas y la tapa cayó adentro de la mochila, destrozando todo el mecanismo que permitía funcionar al trono blanco. Siendo un completo inútil con la plomería, y ni hablar estando borracho, decidí dejar el inodoro así como estaba. Desperté al mediodía, con la resaca más terrible de mi vida. Cuando la gente del hostel me contó el desastre que había hecho en el inodoro pensé: Acá me echan. Pero por suerte, esta gente solo me pidió que pagase el arreglo del inodoro, que eran unos 30 soles, y eso me pareció lo más justo. Reconocí el incidente, pedí disculpas y todo arreglado. El dolor en todo el cuerpo opacó el hermoso día, pero de a poco se fue yendo después de tomar algunos comprimidos y otras cosas para aplacar la resaca. A pesar de todos los intentos, los efectos de esa noche fatídica iban a durar varios días, con una sensibilidad inédita con el alcohol, algo así como una intolerancia. Creo que va a haber un antes y un después a partir de ese día respecto a mi relación con el alcohol y la joda. Bah, con la joda no tanto, espero que no.



Ese sabado a la noche no quise salir, ya me sentía mucho mejor respecto a la mañana pero no estaba para salir de nuevo, por qué sabía que si tomababa una gota de alcohol iba a caer de nuevo, pero de una patada al hígado y no de una borrachera. Por el contrario, ese día lo gasté caminando por la ciudad, recorriendo varios recovecos para distraer el malestar que tenía encima. Por lo tanto, aproveché la noche durmiendo plácidamente en el hostel.



El domingo ya me sentía mejor, pero igual no estaba mucho mejor del estomago como para andar comiendo por ahí cualquier cosa. Pero como buen terco, fui al mercado a almorzar por tan sólo dos soles (dos pesos argentinos). El menú consiste en una buena sopa y un segundo plato que casi siempre es pescado frito con arroz. Nada mal teniendo en cuenta el bajo precio. Después de haber almorzado, otra vez recorrí la ciudad, que gozaba de un día soleado. Ese día transcurrió sin demasiadas complicaciones ni sorpresas. Pero esa noche empecé a conocer a algunos que estaban en el mismo hostel que yo. Eran tres mexicanos de Guadalajara y un belga-marroquí. Beto, Sergio y Toño se llamaban los aztecas, y el marroquí se llamaba Mounir. En una charla plagada de risas, sobre todo por las frases, dichos e insultos que utilizamos tanto argentinos como mexicanos, la noche fue pasando, y la conversación se puso más seria cuando nos pusimos a hablar de política y de cultura general. Ya había hecho demasiado tarde cuando Mounir y yo fuimos a probar suerte a un bar céntrico. Una noche de domingo no prometía mucho, pero igual había bastante gente. Pero dos cervezas me hicieron sentir mal de nuevo y la noche terminó más temprano de lo que esperaba. Sin dudarlo, volví al hostel, resignado pero con ganas de prevenir mayores malestares.



En mis planes el lunes aparecía como el día indicado para recorrer Cusco más seriamente, por lo tanto, compré el famoso boleto turístico a 35 soles, haciendo uso por primera vez de mi credencial de estudiante ISIC. Gracias a ella, el recorrido me salió un 50% menos respecto al valor original del boleto turístico. Una vez con el boleto en la mano, salí a la "caza" de varios museos de la ciudad. Gasté la mañana y la tarde visitando esos museos, que son varios por cierto. Había mucha diferencia entre todos ellos, algunos eran de arte colonial, con obras en su mayor parte de contenido religioso, y otros eran de orientación arqueológica. materia en la cual estoy más interesado, pero igual el arte es de mi interés. Pero para hartazgo mío, a pesar de que soy una persona curiosa con las religiones, los museos de arte religioso superaron a los de contenido más antropológico y arqueológico.

28.7.07

Isla del Sol: de norte a sur con dos yanquis














































Después de haber disfrutado de La Paz, ciudad caótica y alterada, vaya paradoja, salí para Copacabana, que no está en Brasil, sino una localidad bastante turística pegada al lago Titicaca, del lado boliviano. La ciudad sería una especie de terreno de paso para aquellos que van a Perú o a la Isla del Sol. Con la idea de visitar esta última, el miércoles a la mañana me subí al barco que me llevaba hacia esa isla. En esas dos horas de viaje iba conociendo a dos chicas estadounidenses, Lorene y Bridget, ambas de 21 años, que habían estudiado en Buenos Aires por 6 meses y disfrutaban de sus vacaciones viajando por Perú y Bolivia. Ellas venían de Puno, Perú, con rumbo a la Argentina. Mientras, contemplaba el exquisito paisaje que caracteriza a ese mar de agua dulce que baña tanto a Bolivia como a Perú. Bolivia tiene derecho a seguir con su reclamo histórico por una salida al Pacífico, arrastrando un litigio con Chile de más de 100 años. Pero la belleza de ese inmenso lago compensa en parte su falta de costas bañadas por agua salada. Bajados del barco, en la parte norte de la isla, intentabamos ponernos de acuerdo respecto a donde queríamos ir primero. Después de estar desorientados un rato, salimos con rumbo al norte, previo paso por el museo principal para comprar el ticket turístico que permite visitar las ruinas de la parte boreal de la isla. La caminata al norte fue muy hermosa, pasamos por playas de una arena muy fina y por montañas luego, y nos maravillamos con el fuerte azul del lago. Hay partes en el horizonte del lago donde no se ve ningún rastro de montaña, y genera la sensación de que realmente estabamos en una isla en el medio del mar. Me quedé con esa impresión, tratando de imaginarme que estaba en el medio de la nada, rodeado de mar y varado en un pedazo de tierra. Mientras caminaba con las amigas, hablando de nuestras vidas, y cantando algunas canciones de la hinchada de Boca, iba pegando onda con ellas, por decirlo de algún modo. Una vez llegados a las ruinas incas del lugar, nos quedamos descansando, y de paso recorrimos el laberinto inca, que estaba muy bien construido y de ese lugar se tenía una visión espectacular de todo que nos rodeaba. Al rato, salimos de nuevo para el pueblito que está en la parte norte, donde desembarcó la lancha. Hicimos una escala ahí, para almorzar tranquilos, descansar un par de minutos y seguir viaje hacia el sur. En ese lugar me dí cuenta que los precios en esa isla están el doble de lo que están en el resto de Bolivia, incluso en Copacabana, donde algunas cosas eran algo más caras. Y llevando pocos Bolivianos, dudé mucho acerca de quedarme ahí por varios días más, por que sinceramente el lugar me había encantando bastante.


Terminado nuestro almuerzo improvisado en las orillas del lago, cargué mi mochila y seguí con Bridget y Lorene por la senda que nos conduciría hacia la región austral de la Isla del Sol. En el trayecto me dí cuenta de por qué se llamaba así. Los 4000 metros de altura, la larga caminata a las horas de la siesta, y ni una nube en el firmamento, hicieron que mi cara y mis brazos quedaran tostados por la acción y gracia del Sol Invictus. Pero eso fue un detalle sin importancia, mas allá de la cuestión estética a la que yo estoy muy poco apegado, dada mi desprolijidad y desfachatez con las que ando recorriendo estos lugares del continente. Hablamos aún más acerca de todo lo nuestro, de nuestras vidas, estudios, experiencias y dilemas existenciales, y seguíamos caminando bajo el inclemente sol, pero disfrutando del ambiente cargado de naturaleza pura y de las vistas impactantes que teníamos a una altura considerable, teniendo en cuenta qué estabamos caminando por las montañas, obviamente por un camino ya hecho. Lo más impactante del lugar, además de toda su belleza que es descomunal, es la inexistencia de autos y de otro medio automotor. Solamente había caminos para la gente y para los animales, que son muchos. Cruzando pueblitos cercanos al lago, a veces nos sucedía que terminabamos en un chiquero por haber seguido un camino que parecía seguir hacia el otro extremo. A esas horas habíamos visto muy poca gente, pero llegamos a un caserío con una iglesia típica del lugar, y vimos a una cantidad importante de personas concentradas y sentadas cerca del templo cristiano. Dispuestos a descansar un momento para averiguar por nuestros ojos que estaba pasando ahí, al momento nos dimos cuenta que se trataba de una boda típica del lugar, que me sorprendió mucho dado el día miércoles y la hora de la ceremonia festiva. Los hombres y las mujeres estaban en diferentes lugares, muy separados los unos de los otros. Los hombres le daban duro y parejo a la cerveza, mientras las mujeres, sentadas todas, estaban conversando. Los únicos que bailaban eran los novios, pero a veces se agregaba alguno más, pero bailaban un rato nada más al compás de una orquesta improvisada con algunas trompetas y mucho bombo que repetían incesantemente la misma sintonía. Al ver que nada interesante iba a pasar en el corto plazo, seguimos camino, sabiendo que ya estabamos más cerca de nuestro destino final. Pero quedaba bastante trecho y muy complicado, con muchas subidas y bajadas, con llamas y burros que nos cruzaban constantemente, y el sol, duro con nosotros durante la tarde, ya estaba amenazando con irse para el otro lado del mundo. Apurando un poco el paso, llegamos exhaustos a la ciudad del lado sur, cerca de donde salían las lanchas para Copacabana. Buscamos un hostel que nos convenciera con el precio, y por fortuna encontramos uno a 50 bolivianos por los tres, en una misma habitación. Dejamos las cosas en el hostel, cacompañados de una charla tirados en nuestras camas, hablando un poco de literatura argentina y recomendandoles algunos autores buenos como Fontanarrosa y Dolina, con algunas recomendaciones de Borges y otros de la misma talla. No conformes con la larga caminata que hicimos a lo largo de la isla, que estuvo más que buena pero bastante agotadora, recorrimos un poco el pueblito, notando que había una infraestructura turística bastante desarrollada, con varios restaurantes dotados de un ambiente bastante agradable, con chimeneas y una oscuridad que tan solo era ultrajada por la tenue pero apasionada luz de las velas. Empezaba a acechar el hambre a tempranas horas, por lo menos para mí, acostumbrado a comer una vez avanzada la noche, pero la insistencia de las amigas norteamericanas y la necesidad de levantarnos temprano al otro día me convencieron de que era bueno saborear por tercera vez una trucha del lago Titicaca. Luego de averiguar precios en varios restaurantes, nos quedamos en uno que nos cobraba 20 bolivianos a cada uno por un menú compuesto por sopa, segundo plato y postre, muy ricos los tres. A la luz de la vela, en un ménage à trois culinario, cenábamos y platicábamos sobre las experiencias en cuanto a la comida de los lugares donde habíamos estado y de las bondades de la comida argentina. Lorene contaba que era vegetariana antes de llegar a Argentina pero bueno, el asado es el asado y hay muy pocos mortales que se resisten a tan delicioso manjar carnívoro que empiezo a extrañar más día tras día, mucho más que el mate y el dulce de leche. Pero la conversación luego se tornó cada vez más política e histórica, cuando yo les empezé a hablarles de la realidad argentina y de sus supuestas causas históricas. La cena finalizó con los vapores del vino tinto boliviano por nuestras cabezas, y en plena caminata hacia el hostel, que estaba cerca del restaurante, mé quedé estupefacto con el paisaje nocturno del Titicaca y de su cielo estrellado, sin compañia de luz artificial en la via pública, gozando de la buena onda de las amigas que ya me empezaban a llamar capitán, dado que yo había "liderado" la caminata por la isla.
Cuando nos levantamos al otro día, para que las yanquis se puedan tomar la lancha a Copacabana, y yo para buscar un nuevo lugar para quedarme por varios días. Después de compartir los últimos momentos con ellas cerca de los muelles, charlando y especulando sobre lo que ibamos a hacer en el fúturo próximo con nuestros viajes, nos despedimos como si nos conocieramos de hace bastante tiempo, ya qué la companía había sido muy fuerte y la magia del lugar agrandó más la unidad. Con gestos militares, parodiando mi condición de capitán, tal como ellas me habían bautizado, me despedí de ellas mientras se subían a la lancha. En ese mismo momento, tuve la certeza de que mi supuesta estadía en la isla no iba a ser la misma y que sus precios duplicados no iban a ayudar demasiado a que me quedara más tiempo ahí, y el extrañar a dos compañeras de viaje excepcionales iba a ser demoledor. Por esos motivos, decidí volver a Copacabana esa misma tarde, sintiendo de a poco el llamado del ombligo del mundo, el Qosqop, o Cuzco para el resto del mundo. Mi travesía en Bolivia había terminado, más temprano de lo que yo tenía planeado. Llegó el momento de cruzar otra frontera, y entrar a un nuevo mundo de experiencias y de vivencias que eran prometidas per se.